Monseñor Fulton J. Sheen nos dice en uno de sus libros, que un profesor inglés de psiquiatría hizo una prueba con levantadores de pesas. Los tres hombres levantaban un promedio de 50 kilos. Los hipnotizó y les dijo que eran fuertes: levantaron 70 kilos, o sea, casi el cincuenta por ciento más de peso. Al tener la idea de fuerza, se fortalecieron aún más. Los hipnotizó nuevamente y les dijo que eran débiles: levantaron sólo 15 kilos. La idea de debilidad los llevó a la debilidad en la acción. Cuando se presentó el terremoto de San Francisco, treinta personas que habían estado postradas en cama durante treinta años, se levantaron y caminaron. La idea de que tenían que hacer algo para salvarse generó la acción adecuada. Algo muy importante es saber que Dios no nos da nuevas gracias a menos de que hayamos trabajado exhaustivamente sobre las que ya recibimos. Nunca recibiremos una nueva porción hasta que no hayamos agotado la primera. En el transcurso de nuestra vida, fuimos recibiendo determinados talentos que debimos haber aprovechado y multiplicado. Cometimos un error muy grande si los enterramos y no les sacamos provecho. La energía de la vida proviene de Dios, y a Él debemos agradecer todo el cúmulo de bendiciones recibidas. La semana pasada, una señora desconocida me pidió que le enviase un mensaje de aliento a su hijo que casi siempre permanece deprimido, y en repetidas ocasiones ha deseado suicidarse. Cuando colgué el teléfono, pensé en los posibles motivos que tendría ese joven para sentirse de esa manera. En cierta forma lo comprendí, porque son muchos los factores que pueden llegar a afectar nuestro entusiasmo personal. Cuando nos encontramos demasiado hundidos, no podemos levantarnos sin ayuda ajena. Son muchas las personas que pueden ayudarnos -siempre y cuando no permanezcan indiferentes- pero lo más importante es solicitar el auxilio de Dios. La energía divina no se origina en nosotros, sino que circula entre nosotros. Nos relacionamos con la fuente divina del poder a través de la oración. Si nos esforzamos y permanecemos unidos a esta fuerza divina, nada ni nadie podrá doblegarnos, habitará en nuestro interior la paz del espíritu y haremos trabajar de nuevo a nuestro cuerpo -aparentemente cansado- con la firme determinación de seguir adelante. Cada tercer día leemos en los periódicos que una persona se priva de la vida. El suicidio se ha transformado en una epidemia mundial -sobre todo para los jóvenes. Por eso es importante estar al pendiente de los nuestros para que no acudan a la puerta falsa cuando sientan que no existe solución a sus problemas. El suicidio no se debe sólo a una desdicha insoportable, pues por cada caso en el cual se presenta pobreza extrema y necesidad, hay muchos otros en los cuales la gente pasa por desgracias increíbles y aun así quieren vivir. Lo que hace triste a nuestra época, no es que haya cesado nuestra alegría, sino que haya disminuido la esperanza. Se pierde la esperanza con una facilidad increíble y hacemos muy poco para retenerla. Se nos va de las manos principalmente por tanta noticia negativa que a diario vemos en la televisión. Sin embargo, quien tiene una razón para vivir, soportará lo que sea...
Tenemos abundantes motivos para conservar la energía de la vida. Simplemente contemos todas las bendiciones que hemos recibido. Son tantas, que vergüenza debería darnos el permanecer apagados, inactivos material y espiritualmente, negativos y enojados sin motivo aparente. Recordemos que una persona deprimida no le hace bien a nadie, y en cambio los entusiastas van pintando de colores el sendero de su vida, van decorando con sonidos musicales el corazón de mucha gente. Todos llevamos en nuestro interior el recuerdo de algunos maestros que tuvimos en la secundaria o en la preparatoria que eran alegres, inteligentes y activos. Arrastraban a los jóvenes motivándolos hacia el éxito. Los hacían progresar física, moral e intelectualmente. Esos jóvenes estudiantes de aquellos tiempos, ahora adultos, todavía buscan por teléfono o Internet en diferentes partes de la República a todos esos educadores de tiempo completo, que los hicieron estremecer con su sabiduría y su gran deseo de vivir. Recuerdan con cariño a los mentores que aún se hallan en este mundo y también a los que han fallecido, porque llevan en el alma aquella pequeña semilla que germinó con el tiempo y que ahora les permite auxiliar a otra gente que por un motivo u otro se ha vuelto triste y deprimida.
El año pasado apareció en el canal de televisión C.N.N. una dramática noticia que me hizo reflexionar. Informaron que un señor, en los Estados Unidos, estaba siendo afectado gravemente en su rostro por un virus muy agresivo. Como consecuencia de aquel terrible mal, tuvieron que extraerle totalmente los dos ojos, la nariz y la boca. Lo único que le quedó en la cara a ese pobre hombre son la frente y la barbilla. Cuando dieron a conocer mundialmente su caso, los médicos le reconstruyeron el semblante, con ojos, nariz y boca de plástico, porque su intención era pedir trabajo para sobrevivir, y no quería causar con su aspecto una mala impresión. Lo que no me explico es ¿cómo puede alimentarse, cómo puede respirar, y cómo tiene aún ánimos para trabajar? A pesar de todo, desea seguir viviendo...
Para la mayoría de las personas, las dificultades que encontramos en la vida, las pruebas y tribulaciones, las pesadillas y las pérdidas, son maldiciones y castigo de Dios. Si supiéramos que nada de lo que nos ocurre es negativo... nada. Todos son regalos y oportunidades que se nos ofrecen para crecer. No nos podemos quedar sentados imaginando que vivimos en un bello jardín lleno de flores, en el cual nos sirven exquisitos manjares en bandeja de plata cada vez que los pidamos, porque en esas condiciones no creceremos. En cambio si tenemos dolor, si experimentamos pérdidas, si toleramos el sufrimiento y aprendemos a aceptarlo, no como una maldición, sino como un regalo, llegarán a nosotros destellos increíbles de bienestar sobrenatural. Experiencias intensas de adversidad se convierten a menudo en fuertes incentivos para adentrarse en un camino espiritual.
No podemos controlar el juego que nos reparte la vida; todo lo que podemos hacer es decidir cómo jugar las cartas que tenemos en la mano.
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