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Más Allá de las Palabras / LA CASA

Jacobo Zarzar Gidi

Procura siempre que tu casa sea la morada del amor, porque en ella han nacido y crecieron tus hijos. En ella se levantan orgullosas sus paredes que te aíslan de las cosas externas que te puedan molestar. Al entrar, deja fuera el ruido, el trabajo y el polvo, porque fue construida para el descanso. En tus sueños, duerme tranquilo, porque su techo te protege y sus luces son faros que te impiden zozobrar.

Has todo lo posible para que tu casa sea una casa que atraiga y no una que rechace. En aquéllas, el pan se multiplica y su corazón palpita amistoso cuando se visita. En éstas, no rinden los alimentos y no existe posada para el peregrino.

Procura dejar un espacio entre tu casa y la del vecino, para que las dos respiren el perfume de la armonía. Y no olvides el jardín, para que tu vida tenga los matices y el aroma de las flores.

Busca en tu casa la paz que no tienes en tu diario bregar, para que regreses de tus labores con ánimo y espíritu renovado. Que tu casa sea el sitio idóneo para la reconciliación y el diálogo, dejando fuera todos los resentimientos que puedas tener. Recuerda que en ella nació tu familia que después se multiplicó, y sólo por eso tendrán grabada en su memoria cada rincón de la misma hasta que la vida se les vaya de las manos, porque una casa tiene para sus moradores poder mágico que no se borra y será imán en el futuro para que los hijos y los nietos sigan visitándola, como los descendientes de aquellas golondrinas que regresan al nido que sus padres construyeron.

Es en ella donde los abuelos esconden con cariño sus recuerdos, y a veces por las tardes, un domingo, nos inundan con ellos al sacar de sus baúles viejas fotografías donde aparecen queridos rostros muchas veces olvidados.

A través de los siglos, Jesucristo ha tocado la puerta de muchas casas, pero no en todas se le permitió la entrada. El pecado, los gritos, las mentiras, los insultos, los golpes y las infidelidades, son un impedimento para que Cristo reine. En cambio, en aquéllas que son verdaderos hogares, se ama a Dios por encima de cualquier persona; se aceptan con docilidad sus designios; se descubre su presencia en el alma de cada uno de los que en ella viven; se le menciona con agradecimiento cuando las bendiciones van llegando, y se le pide misericordia cuando los contratiempos empiezan a surgir.

Cuando un hijo se va, queda un enorme vacío. ¡Qué pronto pasó el tiempo! ¡Qué rápido se fue la vida! El desorden que tantas veces combatimos y el ruido que siempre callamos, ya los quisiéramos de nuevo tener. Una buena parte de su ropa quedó guardada en el ropero, algunos ganchos esparcidos y los zapatos que ya no quisieron. Algunas veces me gustaría envolverme en la magia del pasado y escuchar de nuevo la sonrisa de mis niños contemplando como antaño sus almas cristalinas revestidas de inocencia. Llevarlos -como lo hice tantas veces- al colegio, y estar al pendiente de sus calificaciones. Animarlos en sus estudios buscando siempre la superación en lo que intenten. Recibirlos en casa con un fuerte abrazo cuando lleguen contentos, después de haber sentido la satisfacción del deber cumplido.

Me hubiera gustado que mis padres ?ahora ausentes- hubiesen conocido a nuestros nietos, para que descubrieran en ellos una continuación de su persona. Para que se dieran cuenta que todos sus esfuerzos y sacrificios no fueron en vano, que sus valores morales y sus enseñanzas fueron tomadas en cuenta, escuchadas con atención y transmitidas oportunamente, heredándose ?cual fueron sus deseos- de generación en generación.

Son ahora los bisnietos de mis padres quienes muy pronto visitarán la casa que un día ocuparon sus bisabuelos. Entrarán desconcertados, harán muchas preguntas y conocerán cada uno de sus rincones. Los conduciré a la huerta ?la querida huerta de mi padre- me sentaré junto a ellos, a la sombra de un árbol y les relataré varias anécdotas de los buenos tiempos, cuando mis padres aún vivían. Les repetiré aquellas frases que ellos nos decían, sin dejar de mencionar algunas en idioma extranjero, y dejaré un mensaje en su pequeña cabecita que posiblemente lo recordarán toda su vida. Me refiero al hecho de que nuestros queridos antepasados aún viven entre nosotros, que no se han ido, que nos quisimos mucho, que los seguimos recordando, que oramos por su alma, y que a Dios y a ellos les debemos lo que ahora somos y lo poco o mucho que tenemos.

Cuando decores tu casa, no busques hacerlo solamente con vistosos objetos materiales que se maltratan con el tiempo. Ten presente que existen otras formas interesantes de vestirla: con una sonrisa cuando llegues a ella... tal vez un hablar quedo, o con un intentar hacer las cosas que los demás puedan necesitar.

Recuerda que cuando tengas un problema, y la vida parezca un túnel difícil de cruzar, allí tienes tu casa para dialogar. Dentro de ella puedes encontrar la comunicación que tu alma necesita, con tu cónyuge, con tu padre, con tu hijo o con tu hermano.

Cuando regreses a la casa de tus padres, la valorarás mucho más que cuando partiste, y si tienes un poco de tiempo, escudriña por allí y encontrarás bellos recuerdos de la época en que de todo te quejabas al imaginar que estabas encerrado en una prisión. Y si sales a los patios y atraviesas el zaguán, llegarán a ti la presencia del geranio y los viejos olores de la mejorana y el tomillo, del azafrán y del laurel, que ayudaron a preparar por la mañana sus alimentos a la tía y a la hermana.

Tu casa tiene el espíritu de sus moradores y la riqueza de tantas tradiciones que se fueron tejiendo con su historia. Sin olvidar los sólidos cimientos que ocultos como sus fundadores que ya se fueron, son la fuerza eterna que la sostiene vigorosa.

No conozco casa que no tenga su leyenda, porque ésta comienza desde que se deposita en sus entrañas la primera piedra. Pero sí tengo noticias de algunas que fueron destruidas por la misma desunión de aquéllos que un día gustosos la fundaron.

Cuando hables de tu casa, no la valores en monetario, porque ofendes la existencia de aquello que por su importancia es realmente invaluable, sublime e imperecedero.

Cuando la dejes, si algún día la dejas, llévate contigo el eco de las risas de tu gente, la sombra de los árboles que te dieron fruto y la mirada interrogante de tus hijos.

Bendita seas casa familiar, porque nacer en ti es santificar los recuerdos que se tengan, y morir dentro de ti, sólo puede ser comparado a sentir la quietud de los brazos maternales que hace muchos años arrullaron nuestro sueño.

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