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Más Allá de las Palabras / ¡ME SENTÍ PROTEGIDO!

Jacobo Zarzar Gidi

En las últimas semanas he escuchado a varias personas decir la misma frase: ¡Me sentí protegido! Se sintieron protegidos porque estuvieron a punto de fallecer por un accidente en el que otras personas perdieron la vida. Están agradecidos con Dios porque salieron bien de una operación quirúrgica riesgosa o de una enfermedad cuyas consecuencias eran mortales. Sienten gratitud hacia Dios porque fueron asaltados por maleantes y golpeados con saña, pero a pesar de todo, conservan la vida. Cuando pasó el peligro y se dieron cuenta del riesgo en el cual estuvieron inmersos, varias lágrimas bañaron sus ojos, se pusieron a rezar para dar gracias y sintieron deseos de comentar a otras personas lo sucedido para que reconocieran el poder y la gloria del Altísimo.

Podemos afirmar con espíritu agradecido y sin temor a equivocarnos, que es Dios mismo el que nos auxilia en los momentos difíciles de la vida. Al darnos cuenta que somos frágiles y que podemos perecer en cualquier momento, sentimos miedo, mucho miedo. Ese temor es un fenómeno cada vez más extendido entre la humanidad. La gente tiene miedo de casi todo porque apoya la seguridad de su vida en fundamentos muy frágiles. Se les olvida que la verdadera seguridad únicamente la encontrarán en Jesucristo. Permanecer cerca de Jesús, es estar seguros. En momentos de duda, de turbación, de angustia, de desamparo y de prueba, Jesús no se olvida de nosotros, pero para obtener esa gracia, necesitamos permanecer muy cerca de nuestro Padre Dios que está en los cielos.

Dios permanece a nuestro lado de modo misterioso y oculto cuando le abrimos el corazón y le permitimos que entre. La plena confianza en el Señor, con los medios humanos que sea necesario poner, dan al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad ante los acontecimientos y circunstancias adversas. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás es secundario, y si Dios está con nosotros, ¿quién podrá hacernos daño? Ésa es la medicina que necesitamos para eliminar de nuestra vida, miedos, tensiones y ansiedades. El Señor Jesús nos dijo con mucha claridad, que nosotros no somos criaturas de un día, sino sus hijos para siempre.

Cuando observamos las cosas deprimentes que suceden en este mundo, nos queda la tranquilidad de que detrás de todos los azares de la vida, hay una última razón de bien: Todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios, porque el Señor endereza absolutamente todo para su provecho...

Con tan sólo recordar que somos hijos de Dios, una alegría inmensa debería de inundar nuestra alma, pero esto casi siempre se nos olvida, no lo tomamos en cuenta, porque por lo general consideramos que son de mayor importancia las cosas materiales y los deleites de los sentidos. No podemos dejar de hacerle frente a nuestra propia realidad: pobreza, abandono de los seres que nos amaron, mala salud, etc. pero es importante ver esa realidad con optimismo, porque confiamos siempre en la ayuda del Señor. Permanezcamos en paz con Dios y con nuestros semejantes, seamos sensibles a lo que a Él le molesta y a lo que a nuestro prójimo daña. La Providencia Divina -que es el cuidado amoroso que tiene Dios para con todas sus criaturas- nos ayudará a dirigirnos al Padre, no como a un Ser lejano, indiferente y frío, sino como a un Padre amoroso que está al pendiente de cada uno de nosotros.

Si alguna vez sentimos que nos hundimos, no dudemos de su amor, ni de su mano misericordiosa, porque Él es nuestra fuerza, nuestra confianza y nuestro puerto tranquilo. Qué seguridad tan grande da el Señor cuando le escuchamos decir: ?Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo?.

Cristo es el remedio de nuestros males. Él conoce nuestras flaquezas, nuestro lado oscuro, lo que nos perjudica y también lo que nos beneficia. Si sanamos del alma, nos será más fácil sanar del cuerpo. De la misma manera como a Él acudían los ciegos, los cojos y los paralíticos, que deseaban ardientemente su curación, así también nosotros queremos ser curados para no morir. Debemos acercarnos al Señor de la Vida -al que le debemos todo- como gente sencilla, con humildad, reconociendo nuestros pecados y suplicando misericordia. No nos acerquemos a Dios con regateos, sin renuncias, tratando de hacer compatible el amor a Dios con lo que no le agrada. Debemos vigilarnos constantemente para no fallarle al que todo lo espera de nosotros, descubriendo en el examen de conciencia los puntos negros en los que se está apagando nuestro amor por Cristo.

?Si Dios no construye la casa, en vano trabajan los que la edifican?. Es tiempo de detenernos para reflexionar un momento, para revisar nuestra vida, para saber si vamos por el camino correcto. Es tiempo de saber con claridad si nos hemos hecho acompañar de Nuestro Padre para dominar nuestras pasiones, para educar a nuestros hijos, para conducir nuestra familia. Recurramos a Dios, que comprende mejor que nadie nuestras necesidades, y de esa manera convertiremos poco a poco nuestros sueños en realidades.

La virtud sobrenatural de la fortaleza, es imprescindible al cristiano para luchar y vencer los obstáculos que cada día se le presentan en su pelea interior por amar cada vez más a Dios Nuestro Señor. Bajo la acción del Espíritu Santo, el cristiano se siente capaz de las acciones más difíciles y de soportar las pruebas más duras por amor a Dios.

Cuando nuestros labios pronuncien temblorosos la frase: ?Me sentí protegido?, demos gracias a Dios una y otra vez, porque se trata de una gracia muy especial que ha llegado a nosotros, a pesar de no merecerla. A partir de ese momento, hablemos de Dios sin miedo, aunque nuestras palabras choquen con un ambiente paganizado. Hablemos de Jesucristo en voz alta para que todos nos escuchen, para que se termine la tibieza y la ignorancia de muchas almas que están pasando por esta vida como si Dios no existiera.

zarzar@prodigy.net.mx

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