Primera de dos partes
El recientemente fenecido siglo XX fue la centuria de la imagen. Gracias al perfeccionamiento de la fotografía, el cine, los mecanismos de impresión y el video, es difícil representarse mentalmente nada de importancia ocurrido en esos cien años que no tenga que ver con una imagen automática, repetida una y mil veces en libros, revistas y películas.
De hecho, algunas de esas imágenes han sido tan reproducidas y manipuladas, que se han convertido en simples productos mercantiles, casi desprovistos de su contenido o mensaje originales. Tómese por ejemplo la famosa foto que Korda le tomara al Che Guevara en 1960: hoy aparece en tazas de café, bolígrafos y hasta anuncios de esquís para nieve. Pregúntele a cualquier adolescente que porte una camiseta con esa efigie quién fue el Che y quizá le conteste que es el personaje de una nueva película de Gael García, si bien le va. Sobre su obra, ni una palabra. Peor todavía: un alumno llegó hace poco a clases con una camiseta donde la célebre imagen del “Guerrillero heroico” (título original de la foto de Korda) aparece transformada con maquillaje de payaso. Abajo estaba una palabra que lo explicaba todo: “Chepillín”. El “Payasito de la Tele” de hace dos décadas metamorfoseado en revolucionario icónico… o al revés. Por supuesto, mi alumno no sabía ni quién había sido el Che, ni mucho menos Cepillín. Como que ésa es la suerte que le aguarda a los iconos masificados.
Los cuales, sin embargo, no necesariamente son imágenes. Hay objetos que, por la presencia que han tenido en los avatares del siglo en que todos nacimos (y si usted nació en otro o es muy precoz o tiene una vista magnífica para ser centenario), conjuran de inmediato recuerdos y relaciones automáticas. Es imposible ver una lata de sopa Campbell’s sin pensar en Andy Warhol. Como es imposible concebir a un gángster de los años veinte sin su buena ametralladora Thompson. O a un revolucionario, guerrillero, narcotraficante de corrido o terrorista secuestrador de los últimos cincuenta años sin su AK-47, la famosa Kalashnikova “cuerno de chivo” (así apodada por la forma curva de su cargador… aunque los chivos que yo conozco no los tienen así; pero en fin). Arma que tiene una historia digna de contarse, cuyo destino ha sido por demás curioso y que sirve de ejemplo de cómo las cosas alguna vez solemnes son víctimas del mercantilismo globalizado. Aquí les va:
El rifle automático de asalto AK-47 es el arma de fuego más famosa y prolíficamente producida de la historia. En sus buenos tiempos los soviéticos le regalaron a sus satélites y aliados los planos para su fabricación, de manera tal que hay clones chinos, búlgaros y vietnamitas, que han ido a dar a todos lados. La hallamos como el arma de preferencia entre los mujahedines afganos (quienes, ironía de ironías, la usaron contra soldados soviéticos), los campesinos del Vietcong, la resistencia iraquí actual y los niños asesinos enloquecidos con marihuana de Sierra Leona. La AK-47 es para el mundo actual lo que la espada lo fue para el antiguo: cualquier hijo de vecino la puede usar y así enfrentarse a enemigos de mayor poder militar y económico. No por nada es vista como instrumento de redención y ocupa un lugar destacado en las banderas de Mozambique y Zimbabwe, por ejemplo.
Es difícil saber cuántas AK-47 existen en el mundo, pero los cálculos andan entre cincuenta y cien millones. Ello se debe en gran medida a que, por sus características, resulta muy barata de fabricar (algunos modelos pueden conseguirse por 59 dólares, cash), aguanta un piano y es el VW Sedán de las armas automáticas: como al Vocho, hasta una mujer le puede dar mantenimiento. Además de que, casi medio siglo después de diseñada, tiene la suficiente capacidad de fuego como para seguir pegando sustos y no pocos balazos. Los cuales, cosa digna de notar, son más humanitarios que los de armas posteriores: sus proyectiles de 7.62 mm de baja velocidad causan heridas menos aparatosas que los de alta velocidad de 5.56 mm, el calibre estándar de la OTAN.
Que eran las características (bueno, excepto esta última) que tenía en mente su inventor. En 1941 un joven sargento del Ejército Rojo llamado Mikhail Timofeyevich Kalashnikov vivió en carne propia los efectos devastadores que las armas automáticas alemanas tuvieron entre las tropas soviéticas, equipadas con rifles de repetición. Pensó en cómo darle a un soldado cualquiera la capacidad de disparar varias balas por segundo, con un arma ligera, confiable y con pocas partes móviles (tiene ocho) que la hicieran difícil de encasquillarse, atascarse o descomponerse. Fruto de esas cavilaciones fue la AK-47 (o sea, la Automática de Kalashnikov, diseño del año 1947). Que resultó una maravilla mecánica; tanto que, como decíamos, se empezó a fabricar y usar en todo el mundo.
Continuará mañana
Como buen hijo de la Gran Patria Socialista, Kalashnikov no ganó un cinco por su invento: no posee ni la patente ni los derechos, dado que su Gobierno regaló, como decíamos, el diseño. Claro que tiene estatua en su pueblo natal y no pocos reconocimientos de los sucesivos líderes gerontocráticos rusos, pero de lana, nomás nanay. Lo que le colmó el plato al buen Kalashnikov fue enterarse que su contraparte americano Eugene Stoner, el inventor del rifle de asalto M-16, se había hecho millonario. Y ello lo puso a rabiar por dos razones: porque siempre da coraje que otra gente (y no uno) se haga millonaria y porque el M-16 en comparación con el AK-47 es un mugrero, diseñado con las patas y tan confiable como un gobernador perredista. En Vietnam los soldados yanquis detestaban sus M-16 debido a su proclividad a encasquillarse y a dejar de funcionar en cuanto se mojaban o enlodaban… lo que, en los arrozales de Indochina, ocurría cada media hora. En cambio los guerrilleros del Vietcong seguían rete campantes, nadando en el fango con sus Kalashnikovas.
Kalashnikov, hoy un viejito de pelo plateado de 84 años con grado de Teniente Coronel de lo que queda del Ejército ruso (muy poco), ha seguido inventando cosas y dice no sentirse culpable por los millones de personas que han muerto debido al arma por él concebida. Con toda exactitud dice que fue hecha para defender a su patria y que la culpa de todos los fiambres es de los políticos, no del rifle. Faltaba más…
Pero seguía con el gusanito de que la vida (de los Gobiernos de Moscú, soviéticos o no, no podía esperar nada) lo podía haber tratado de otra manera. Así que se puso a comercializar diversos productos con su nombre, desde navajas hasta podadoras de césped… en Alemania. No pocos ultranacionalistas pusieron el grito en el cielo. ¿Cómo andaba haciendo tratos con el enemigo? Así que, para acallar a los envidiosos patrioteros, la semana pasada anunció que ahora va a explotar su muy reconocido nombre con otro producto, éste sí muy ruso y también de destrucción masiva: un vodka.
En efecto: ya está a la venta en Gran Bretaña y Rusia el vodka marca Kalashnikov. Según esto, el potente jugo de papa está hecho con los mejores materiales y agua del Lago Ladoga, el más grande de Europa y que (congelado) durante la Segunda Guerra Mundial sirviera de vía de emergencia para la rodeada y heroica población de Leningrado. Con esos antecedentes, vaya uno a saber qué tendrá el agua ésa.
Por lo pronto, yo me atengo al Stolichnaya… aunque si me dan la oportunidad y alguien me lo picha, me ofrezco a comprobar si el nuevo producto echa más tiros que su tocaya.
En todo caso, un nombre que ha sido sinónimo de muerte, destrucción y lucha, ahora será herramienta de brindis y de la muy eslava alegría. ¿Ven lo que pasa por no pagar derechos? Una razón más para combatir la piratería.
Consejo no pedido para andar hecho un 30-30: Vea “La bestia de la guerra” (The Beast, 1988) con George Dzundza, Jason Patric y Steven Bauer, la mejor película que conozco sobre la intervención soviética en Afganistán… donde la Kalashnikova tuvo una actuación estelar (me refiero a la guerra, no a la película). Provecho.
Correo: francisco.amparan@itesm.mx