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Mea culpa

Gilberto Serna

Lo escribí en pasadas entregas, me parece que una primera dama no tiene nada que hacer en una elección en que se proponga llegar a suceder, en el puesto de Presidente, a su marido. Dijimos específicamente que su postulación, en caso de darse, sería una variante de nepotismo o bien podría ser considerada como una reelección o por que no, se estaría abriendo paso a que se estableciera una dinastía monárquica en que primero iras tú y luego sigo yo. En ese ir y venir de argumentos creí encontrar, alienado de mí, que sería nefasto para la política que una candidata adujera, como fundamento de su aspiración, el ser sólo esposa del Presidente en funciones. Dije que el resplandor que le llegaba era de rebote, pues su marido recibía las luces de los reflectores, por lo que una vez que se apagaban la compañera quedaba en plena oscuridad, como nuestro satélite natural que obtiene su luminosidad del Astro Rey. Agregué que su fama emana del hecho precisamente de tener el status de consorte. Mea Culpa. Me da una inmensa pena, por mi anterior falta de criterio, pero reconozco que estaba errado en mi juicio.

¿Quién es Marta Sahagún? pregunte usted a cualquiera, obviamente le contestarán: la cónyuge del mandatario. ¿Quién era antes de contraer nupcias con el Presidente?, le responderán: una buena señora perdida en el anonimato provinciano, sin mayor mérito, cuyo compañero, de aquellos días, era un don nadie en política y consecuentemente ella gozaba de una posición tirando a lo grisáceo. Ahora que, se dice es de sabios cambiar de opinión, por lo que en la actualidad creo, en contra de lo que expuse en aquella malhadada ocasión, que eso no la descalifica para legítimamente aspirar, algún día, a ponerse la banda Presidencial. Después de toda consideración en contra, México es una democracia, lo que reconozco, fue un olvido craso. Los electores, la ciudadanía, deciden libremente si le dan sus votos a la pareja del Presidente. ¿Por qué carambas no? Aun creo que sería poco recomendable por el precedente que establecería, pero aun así no hay impedimento legal que le impida figurar como candidata. El que llegue a ser nominada como Presidenta es otro cantar. Eso dependerá, en gran medida, de su astucia y entereza para conquistar el triunfo.

Una vez designada candidata de alguna organización política ¡aguas! En un régimen democrático la señora tiene iguales posibilidades de ser elegida como cualquiera. Está por demás insistir que lo de menos es que carezca de luz propia, pues los que van a sufragar son los que, mediante su boleta en las ánforas, dirán quién les gusta sin importar: si su participación deriva o no de una decisión népota, si carece o no de experiencia política, o si es o no esposa del Presidente saliente. Que su popularidad la haya adquirido al lado del Presidente no tendrá ningún efecto negativo, por cuanto a la emisión del sufragio. La contienda es para conseguir votos, el ciudadano sabrá si se los da. Tal es lo que ahora veo claramente. Me olvidé por un momento que el pueblo es quien determina. Estamos inmersos en una democracia en que los partidos proponen y el pueblo dispone. Antes no se podía, ahora sí. Que hay otras mujeres con más capacidades y virtudes, no lo dudamos, lo mismo podía haberse dicho del candidato Vicente Fox y sin embargo la gente lo prefirió. Aquí no se trata, en otros países quizá, de quién es más capaz, más inteligente y posee mayor talento para gobernar, sino de quién cuenta con el carisma, la simpatía y el cariño de los mexicanos.

De si habrá pensado en la composición de su gabinete, no sé nada. Aunque me atrevería a considerar que en la Secretaría de Educación bien pudiera ubicar, miren que estoy adivinando, a la profesora Elba Esther Gordillo. Para ese entonces ya no ocupará la secretaría general del partido y en el SNTE no será bien vista, por lo que, como María Antonieta, reina de Francia, esposa de Luis XVI, será decapitada. En la Secretaría de Gobernación permanecerá Santiago Creel Miranda, encargado de la política interior en este país, que tiene la extraña virtud de sentarse en su sillón favorito con vagarosa mirada, dejando que todo camine como si él no estuviera, y en realidad no está, pues cuando no acude a tomarse la prueba con el sastre del traje de charro del siglo XIX suele ir al castillo de Chapultepec, gustando admirar, extasiado, el cuadro de cuerpo completo del emperador Maximiliano de Habsburgo con el que se siente espiritualmente identificado. Al marido de la Presidenta, estamos lucubrando que ya ha sido elegida, a falta de antecedente sobre qué hacer con un primer consorte, desempleado al salir de Los Pinos, estará pensando nombrarlo embajador plenipotenciario en la Casa Blanca, dada su demostrada propensión a rendirles pleitesía a los señores del billete verde. Esto que parece una broma de mal gusto es lo que los griegos denominaron democracia.

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