EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Medallas: oro molido

Jorge Zepeda Patterson

El viernes pasado Belem Guerrero, nuestra medallista de plata en ciclismo, fue recibida en Ciudad Nezahualcóyotl de manera apoteótica por millares de paisanos. Probablemente desde Pedro Infante, Ana Guevara es la mexicana o mexicano más idolatrada de los tiempos modernos. Los Salazar, gestadores del 50 por ciento de las medallas de México en esta olimpiada, son el ejemplo idílico de toda familia mexicana. Es previsible que Iridia Salazar, gracias a su medalla de bronce y su sonrisa espectacular inunden los espacios comerciales de la televisión gracias al patrocinio de anunciantes que harán fila en su puerta (Ana Guevara les ha resultado perfecta para invocar la tenacidad, la fuerza y el valor en innumerables campañas; Iridia aportará la belleza y la inocencia de una modelo en ciernes).

Nuestro país no produce muchos héroes, pero vaya que sabe festejarlos. Y está bien. Es tan pobre nuestra infraestructura en materia deportiva, que los triunfos de estos atletas deben ser atribuidos esencialmente al esfuerzo personal y de su entorno familiar.

Lo que no está bien es la manera en que las derrotas o los triunfos de un puñado de individuos notables y esforzados, son convertidos en sustitutos de la valoración de lo que somos como país, como cultura y pueblo.

Desde luego, todas las naciones se vuelcan sobre sus héroes. Lo que llama la atención es la desproporción que existe entre los escasos resultados deportivos, por un lado y el enorme despliegue en recursos de televisión, técnicos y financieros y cientos de horas de plena concentración nacional en los temas olímpicos, por otro lado.

Nos hemos convertido en un país de villamelones olímpicos. Millones de espectadores de sofá expertos en técnicas de clavados, en defensa de Taek Wondo, en giros sobre la viga de equilibrio.

Durante la competencia final de Ana Guevara, que duró 50 segundos y las dos horas de transmisión que siguieron para hacer la glosa de “la proeza”, Televisa contrató como comentarista a Carl Lewis, el legendario corredor quien ha ganado nueve medallas de oro (contra las diez que han obtenido todos los mexicanos en la historia de las olimpiadas). Lewis las pasó negras para comentar durante 120 minutos sobre una deportista mexicana que, con todo respeto, está al nivel de otro centenar de atletas de Estados Unidos.

Probablemente México es el país con más personal de prensa y televisión por medalla conseguida. Dos cadenas de televisión con una constelación de cómicos, comentaristas y técnicos. El despliegue es increíble para un país que no dedica ni atención ni recursos durante los cuatro años restantes para cultivar el deporte olímpico. Bielorrusa debe tener dos docenas de periodistas en Grecia y ya lleva 12 medallas. Algo no está bien en nuestras prioridades como país, entre lo que somos, lo que queremos, las expectativas que nos planteamos y lo poco que hacemos para conseguirlas.

Andrew Bernard y Meghan Busse, dos prestigiados economistas académicos publicaron una investigación con fórmulas bastante precisas para predecir el número de medallas que ganará cada país. Ellos relacionan el número de habitantes, el nivel de desarrollo y la tradición deportiva de cada nación. En las olimpiadas de Sydney su margen de error fue mínimo. Sus predicciones para estas olimpiadas fueron muy modestas con respeto a México: en su lista ocupamos el lugar número 27: según ellos ganaríamos seis medallas, una de ellas de oro. Por desgracia nos encontramos en la posición 56 con cuatro medallas y ninguna de oro y terminaremos un poco más abajo. Por su Producto Interno Bruto México se encuentra en la posición 12 ó 13 del mundo, dependiendo del momento y ocupa el lugar número 11 entre los países más poblados del mundo. Con 104 millones de habitantes, en nuestras cifras “caben” 30 países como Jamaica o Lituania que llevan varias medallas cada uno. Hay siete mexicanos por cada chileno, pero ellos tienen dos preseas de oro.

Tampoco es para rasgarnos las vestiduras. El grueso de los deportes los inventó el hemisferio norte y buena parte de ellos privilegia sus características físicas. Es difícil destacar en disciplinas en los que 1.90 de altura ofrece indudables ventajas. Por fortuna tampoco tuvimos una tradición esclavista que asegurara una cosecha de corredores de raza negra que ahora estuvieran ganando en distancias cortas. No somos una nación de deportistas. Y está bien.

México es grande por muchas otras razones. Nuestra cultura, la cocina, la calidez de nuestra gente, la calidad y densidad histórica, la belleza de la geografía y muchos factores más que no pintan en las olimpiadas.

No tenemos que ser una potencia en atletismo. Lo que no podemos asumir es la esquizofrenia de obsesionarnos con los resultados, de creer que por nuestra medallas hablará nuestro espíritu y jurar que el orgullo patrio está en las piernas de una sonorense de trote desbocado y voluntad de hierro.

El martes pasado un individuo se subió al segundo piso del periférico con el propósito de suicidarse si Ana no obtenía alguna medalla. No es posible que responsabilicemos a una joven atleta de nuestras miserias como personas, de nuestras limitaciones como país. Podemos asumir perfectamente que nos somos una potencia deportiva y relajarnos para disfrutar los Juegos y nuestras cuatro medallas. Lo que no podemos es convertirnos en un país de villamelones: una nación de indignados telespectadores peguntándonos desde el sofá porqué sólo tenemos cuatro medallas. Deportivamente tenemos lo que nos merecemos. Punto. Pero somos mucho más que eso. Y también punto.

(jzepeda52@aol.com)

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 106735

elsiglo.mx