Me habría gustado conocer a Luis Octavio Madero, cónsul mexicano en Barcelona durante los aciagos tiempos de la Guerra Civil.
Adalberto Tejeda, embajador de México en España, reunió a todo su personal en el recinto diplomático en Madrid. Cierto día se recibió un mensaje urgente: el gobierno republicano había descifrado un mensaje de los franquistas: la aviación alemana bombardearía la sede de la embajada mexicana como represalia por el apoyo que Cárdenas daba a la República.
Comenzó aquel ataque, en efecto. Las bombas estallaban muy cerca, en la calle, en el jardín. Tejeda ordenó abrir una botella de "Fundador” y tranquilamente distribuyó copas entre sus colaboradores. Luis Octavio Madero no podía beber la suya: las manos le temblaban.
-¿Tiene usted miedo, señor cónsul Madero? -le preguntó Tejeda, adusto-.
La respuesta de Madero fue exactísima:
-Oficialmente no, señor Embajador.
Me habría gustado conocer a Luis Octavio Madero. Sabía él que todos los hombres sentimos miedo alguna vez, aunque oficialmente lo debamos ocultar.
¡Hasta mañana!...