En la soledad de aquella vieja iglesia gótica sólo se oía el péndulo del reloj que estaba al lado del altar. Atraído por el monótono tictac me acerqué y puse la mirada en la carátula de historiados números romanos. Ahí se leían estas dos palabras:
“Ultima, forsam”.
Eso en latín quiere decir: “La última, quizá”.
El reloj, oscura voz del tiempo, acompasada voz de eternidad, decía a quien en él buscaba la hora que la que estaba viendo era quizá la última que le quedaba por vivir.
¿Puede alguien decir con certidumbre que le quedan más?
¡Hasta mañana!...