Camina la artera gata por el pretil de la azotea. Sus movimientos son de tigre y serpiente. Así, me digo, debe caminar la muerte, con esos mismos pasos.
Hay una paloma sobre el muro. No ha visto a la fiera que se acerca. Llega la gata, se detiene y se recoge sobre sí misma como la flecha en el arco. Va a saltar. Morirá la paloma, de seguro.
A mí me gustan las palomas. Doy un grito y la paloma vuela. Sonrío satisfecho. Sé que me he interpuesto en el camino de la muerte.
Esa tarde voy a la bodega del maíz. Escucho leves gañidos que vienen de un rincón. Me asomo: son gatitos nacidos hace poco. Los está amamantando su madre, la gata del pretil. Ahora no sonrío. Sé que me he interpuesto en el camino de la vida.
¡Hasta mañana!...