Suave y larga como caricia llueve la lluvia en el Potrero. Toda la tarde llovió, y ahora que es de noche llueve todavía.
Estoy en la cocina. Arde una lumbre de leña en el fogón; su crepitar es contrapunto del borbollar de la jarra de yerbanís sobre la estufa. No se oye otro ruido aparte del pespuntear del agua en la azotea. Cuando llueve no aúllan los coyotes ni ladran los perros en el caserío. Parece que ellos también hacen silencio para escuchar este milagro.
La tierra es sabia labradora. La gota de lluvia será mañana el grano de trigo o de maíz. En cada gota de agua está Dios, y cada semilla guarda el aliento de su amor. Esta cocina de rancho es un sagrario. En ella late la eucaristía de la vida, esa gran hostia, la más sagrada comunión.
¡Hasta mañana!...