Cada vez que puedo voy en peregrinación a Dolores Hidalgo, Guanajuato. Me lleva ahí la figura de ese hombre venerable cuyo nombre los mexicanos aprendemos desde niños: José Alfredo Jiménez.
En Dolores, su pueblo adorado, está la tumba de ese cantor inmortal del amor y el desamor. Yo la visito siempre. Es una linda tumba: tiene un como sarape formado por azulejos coloridos en cuyos pliegues aparecen los nombres de las canciones del compositor. El sarape remata en un gran sombrero charro que da sombra a su lápida. Ahí se lee una inscripción: "La vida no vale nada".
Esa frase, más que doctrina, es un gemido desgarrado. No es verdad que la vida no valga nada. Ciertamente "comienza siempre llorando y así llorando se acaba", pero entre un llanto y otro hay momentos de luz, de inmenso gozo, de felicidad. Las canciones de José Alfredo, esas canciones que él solía sacar de su dolor, son parte hoy de nuestra vida y de nuestra alegría de vivir. Por ellas, y por mil cosas más, la vida vale mucho.
¡Hasta mañana!...