Iba San Virila por el campo cuando oyó a una mujer que gritaba desesperadamente, pues su pequeño hijo resbaló y cayó en el río. Fue con premura el santo y no vio nada; la criatura se había hundido ya en las aguas.
San Virila levantó su mano y el torrente del río se detuvo. Entró Virila al cauce y fue por las aguas suspendidas, que formaban un túnel a su paso. Así llegó hasta donde estaba el niño y lo sacó.
La madre abrazó a su hijo, pero luego lo separó de sí, y dijo muy molesta a San Virila:
-No hiciste bien el milagro. El niño trae la ropa toda mojada. A ver si no le da catarro por tu culpa.
San Virila alzó la mirada al cielo y suspiró. Es un milagro, pensó, dar gusto a cierta gente.
¡Hasta mañana!...