Me habría gustado conocer a don Manuel Gil y Sáenz, sacerdote tabasqueño. Vivió en las postrime-rías del siglo antepasado, y es autor de una muy útil "Historia de Tabasco" que alguna vez vino a mis manos y que después se fue de ellas con el mismo misterio que llegó.
El Padre Gil y Sáenz amaba las palabras. Tan grande amor sentía por ellas que las embellecía. El adjetivo "magnífico", por ejemplo, le parecía cacofónico, y acuñó entonces el término "magnalio". "... Este magnalio palacete...". Su criada se llamaba Candelaria, nombre que a él se le antojó prosaico, y creó para ella otro muy lleno de armonía: Narcedalia, eufónico anagrama del anterior.
Me habría gustado conocer al Padre Gil. Sabía que las palabras son joyas rutilantes que dan su mejor brillo a quien las ama.
¡Hasta mañana!...