Se acercan los lancheros a la playa de la hermosa bahía pequeñita.
-¡Lancha, joven, lancha!
Los que cerca de la orilla juegan en el vaivén de la ola, los que en la arena toman el sol, o leen, o contemplan el tornadizo e inmutable mar, responden con un gesto que no.
-¿Lancha, seño, lancha?
No. Nadie quiere una lancha.
Los lancheros entonces, despechados, toman el bote de basura que traían en la lancha y arrojan su contenido en las aguas azules, en la albura sin mancha de la espuma. Papeles inmundos, cáscaras de fruta, botes de cerveza vacíos... Mugre, mugre...
Se van luego revolviendo el ruido de su motor con sus gritos y sus carcajadas.
El mar, el siempre mar de Dios, es ahora un poco menos hermoso.
¡Hasta mañana!...