Pedro J. Cuadra, biógrafo de Rubén Darío, narra que cuando el poeta sintió cercana la hora de su muerte pidió un sacerdote para confesarse.
En ese momento, relata el escritor, estaba junto al lecho de Darío "un notable intelectual de León".
-¡Cómo así, Rubén! -exclamó con asombro-. ¡Quieres confesarte!
-Así es -confirmó el poeta-. Quiero confesarme.
-Bien -dijo el amigo-. No necesitas hacerlo con un hombre. Confiésate con Dios, sumo sacerdote del universo. Eso es lo que corresponde a tu rango intelectual.
-No, no -replicó molesto Darío-. Me quiero confesar con un sacerdote ungido, así sea el último cura de aldea. Soy católico creyente, y como tal quiero morir, reconciliado con Dios ante un sacerdote.
Aquí no se trata de creencias. Se trata de humildad. Sea cual fuere su religión, o aun sin ella, bendito el hombre que al final del camino ha conseguido esa suprema forma de la sabiduría: la humildad.
¡Hasta mañana!...