Me habría gustado conocer a Rossini, ese pequeño Mozart.
No todos los genios son ingeniosos. Rossini era ambas cosas. Su talento era tan multiforme como su talante: después de componer una aria sublime podía cocinar un sublime filete.
Tenía sentido del humor el buen Rossini. Se divertía alegremente a costa de los demás y también a costa de sí mismo. Gozaba la vida y se dejaba gozar de ella.
Cuando murió Jacobo Meyerbeer, otro compositor amigo suyo, un sobrino del difunto escribió una Misa en memoria de su familiar y la sometió a la consideración de Rossini. Leyó él los primeros compases de la partitura y luego dijo al músico mediocre:
-Habría sido mejor que usted se hubiera muerto y que la Misa la hubiese compuesto Meyerbeer.
Me habría gustado conocer a Rossini. Sabía que es bueno tener genio, pero que tener buen genio es cosa mejor aún.
¡Hasta mañana!...