Este año nuestros nogales no dieron casi nueces. Un misterioso ritmo los ordena, y a una cosecha opima sucede a veces otra escasa.
Eso a mí no me pesa. El mejor fruto que obtengo de los nobles gigantes es la visión lejana de sus cúpulas y el cercano frescor de su sombra. Temo, sí, por las pequeñas bestezuelas que viven de recoger los frutos que nosotros no recogemos para que el bien de Dios nos llegue a todos. ¿Qué harán en este invierno las ardillas?
No hay que temer. La misma providencia que ordena el curso de los astros mirará por ellas. Pero además las ardillas hacen su propia providencia: en sus moradas subterráneas guardan todo lo que les sobra para afrontar los días en que todo les faltará. Saben guardar. Es decir, saben guardarse. Se preocupa este hombre tonto que soy yo. Ellas, sabias criaturas, se ocuparon antes para poder despreocuparse después.
¡Hasta mañana!...