Voy a tomar un vuelo en Monterrey. Empieza a amanecer; la ruta hacia el aeropuerto está todavía despejada. Dentro de media hora millares de vehículos pondrán su estridor y sus humos en la ciudad.
El sol asoma por el Cerro de la Silla y luego se tiende sobre el valle. Es entonces cuando veo a la hermosa criatura. Se ha posado sobre una de las farolas que todavía dan luz a la avenida. Con majestuosa displicencia se arregla el plumaje de las alas. Es un gavilán que de seguro señorea sobre las pequeñas alimañas que duermen en el lecho del río.
La ciudad se estira y despereza. Pasan los automóviles y se oye cerca el ruido atronante de los jets. El gavilán tiende el vuelo hacia la montaña vecina. Me alegra haberlo visto: por encima de todo la naturaleza sigue viviendo triunfadora. Pienso que a fin de cuentas –y de cuentos- nada podrán contra ella el sonido y la furia de los hombres.
¡Hasta mañana!...
