El campo está quieto y mudo en el brumoso amanecer. Se diría que todos los colores han desapare-cido, y sólo el gris quedó. De pronto dos cuervos aparecen, como si la neblina se hubiera condensado para formar el cuerpo de estos oscuros pájaros anunciadores del invierno. Pasan graznando sobre la ramazón sin hojas del nogal más alto y se pierden de nuevo en la grisura del paisaje.
El alma se pone opaca, igual que el horizonte. Por ella atraviesan los cuervos de la desesperanza y apagan con su graznido la música del corazón. Hay nieblas de tristeza en las ventanas interiores...
Pero el viajero sabe que por encima de las brumas esplende una perdurable luz. Se irán las neblinas y los cuervos, y un azul victorioso pondrá en fuga la opacidad del mortecino gris, que no puede borrar los colores de la vida.
¡Hasta mañana!...