Leí una vez de cierta señora que estaba en trance de morir. Pidió que le llevaran a sus tres hijos, niños aún. Los pequeños fueron conducidos al lecho de agonía de su madre. Lloraban los tres, desconsolados. Sabían que su mamá iba a morir, que no la verían nunca más.
-Hijos míos -les habló ella con voz que apenas se escuchaba-. En este momento en que voy a comparecer ante el tribunal de Dios les pido que me prometan, delante del sacerdote aquí presente, que cumplirán mi última voluntad.
-¡Sí, mamá, sí! -sollozan los tres niños-. ¡La cumpliremos! ¿Cuál es tu última voluntad?
-Júrenme -los conmina solemnemente la señora- que se van a lavar los dientes todos los días.
No sé si este relato sea verídico. Otros más extraños aún he conocido, verdaderos. Lo que quiero decir es que de lo trágico a lo ridículo hay un paso. Y no muy grande.
¡Hasta mañana!...