Dios es bueno, y no me hace cargar el peso de todos los bienes que en el año recibí de su bondad. Si los llevara sobre los hombros, se doblaría mi cuerpo con la carga de tanto beneficio.
Dios es bueno, y me hace cargar sólo con el peso de aquello que he dado a los demás. Tan poco es eso que no pesa nada. Por eso voy entre los seres y las cosas con la inconsciente levedad que da la indiferencia.
Si reconociera el bien de Dios me pesaría tanto que para poder llevarlo tendría que compartir ese precioso bien con los demás. Pero no lo reconozco, y mi ceguera de alma me impide ver que llego al fin del año no más rico por haber recibido más, sino más pobre por haber dado menos. Y aun ese pequeño asomo de remordimiento me sacudo, para que no estorbe a mi indiferencia.
Haz que me pese, Dios, tu bien, a ver si de ese modo aprendo a compartirlo.
¡Hasta mañana!...