Esta pequeña piedra es blanca. Tiene una raya negra que la divide exactamente por el medio, perfecta geometría.
La encontré sin buscarla -así se encuentran muchas cosas- en la rivera del arroyo, y la guardé en mi mochila para conservarla, porque es extraña, bella, y tiene la venerable antigüedad del universo. Cuando no existían Aristóteles ni Napoleón ella existía ya. Es parte de la eterna infinitud de Dios. Si supiéramos ver bien las cosas, y si las entendiéramos, veríamos en esa piedra un objeto sagrado, igual que en cualquier otra piedra, igual que en todo ser y toda cosa.
Todo el mundo es divino. En toda materia está el Espíritu. La suprema teología es la de la naturaleza.
¡Hasta mañana!...