Las faltas ajenas han de ser como las nubes: debe uno verlas pasar y luego olvidarse de ellas. Eso sí: cuando la falla de otro aparece como propia conviene señalarla, no por corregir al que yerra, sino para ejercer consigo mismo la cristiana virtud de caridad.
Ayer escribí que la palabra lapislázuli "se me deslíe en la boca". En algunos periódicos los consabidos duendes de la imprenta, a veces vanidosillos, cambiaron una letra y pusieron "se me deslía". Una cosa es "desleír" y otra muy diferente "desliar".
No tengo empacho en ser corregido cuando me equivoco, y aun lo agradezco. Escribo mucho, todos los días y con las prisas que impone el ejercicio periodístico. Estoy expuesto entonces a cometer infinidad de faltas, como lo está todo el que escribe o habla. Pero el error que digo, ajeno, ni siquiera es de ésos que mejoran involuntariamente el texto que uno entrega. Me gusta, en fin, que me enmienden mis muchos errores, pero no mis escasos aciertos.
¡Hasta mañana!...