Algo tenías de poeta, Terry, pues te gustaba la neblina. Cuando eras cachorrito pegabas la naricilla al vidrio de la ventana para verla. Y luego, ya perro mayor, ibas a ella como Ulises en busca del misterio.
Ahora voy por el camino nebuloso, y me parece verte en las vagas volutas que se van. Aquí en el campo la niebla es un amable fantasma, y tú una amada niebla en el recuerdo. Tantas brumas me abruman la memoria que a veces, lo confieso, batallo para recordarte. Recuerdo, sí, que me esperabas en la casa, sin dormirte, hasta que llegaba yo. Pero ¿cómo eran los lagos de tus ojos? ¿Cómo sonaba tu ladrido cuando íbamos por el bosque, entre los pinos, y saludabas a la vida?
Sé bien que habrás de perdonar mi desmemoria, Terry. Los perros como tú perdonan todo, pues tienen para nosotros, los humanos, la inacabable compasión de Dios.
¡Hasta mañana!...