A los 60 años de su edad John Dee encontró por fin lo que toda su vida había buscado: la fuente de la eterna juventud.
Para encontrarla no tuvo que vender su alma, como Fausto, ni viajó a remotos lugares del planeta como después harían los exploradores del nuevo continente. John Dee halló la fuente de la eterna juventud en el convencimiento de que la vida se renueva. Eso lo aprendió de dos grandes maestros: los niños y los árboles. Los niños siguen naciendo, constante promesa de que el mundo no habrá de terminar, y los árboles dejan caer sus hojas sólo para dar sitio a las que llegarán con otra primavera.
Siempre hay una nueva primavera. La muerte no es vencedora de la vida: es una parte de la vida, principio de la que luego seguirá. John Dee aprendió eso, y al aprenderlo halló la fuente de la eterna juventud.
¡Hasta mañana!...