HISTORIAS DE LA CREACIÓN DEL MUNDO
El gran anciano de profusa barba blanca se sentó frente al espejo. Peinó al desgaire su larga cabellera para dar la impresión de elegante descuido, y se aplicó luego un poco de polvos de arroz para disimular algunas manchas en la tez y darle un atractivo tono. Después, volviendo la vista a todos lados a fin de cerciorarse de que nadie lo veía, el gran anciano se acomodó trabajosamente una faja que le ayudaba a disimular la curva del abdomen.
Salió el gran anciano del aposento y preguntó:
-¿Ya está ahí Adán?
-Sí, señor -le respondieron sus colaboradores.
Entonces dijo el gran anciano:
-Muy bien. Ahora sí, que venga Miguel Ángel.
¡Hasta mañana!...