Por la mañana el sol es un niño, un mofletudo niño que se desliza por el tejado de la casa como por un tobogán y cae de asentaderas, con una jubilosa carcajada, en el piso de luz de mi recámara.
Brillan las losas rojas y amarillas con el agua de sol que las empapa. Yo voy descalzo por ellas, y el resplandor me sube por las plantas igual que por el tronco del árbol va la savia.
Estoy ahora inundado de universo.
Si sacudiera los brazos -afuera el árbol sacude sus ramas para quitarse un poco de mañana- me saldría por ellos sol del alma.
¡Hasta mañana!...