Me da pena el árbol de durazno. Es como yo, que no puedo frenar mis entusiasmos. Al primer asomo del sol, aún invernizo, el duraznero saca sus flores y las pone sobre el tapiz del cielo igual que un bordado color de rosa sobre la tela azul del cielo. Luego el invierno se acuerda de que todavía es invierno y sopla un poco de viento frío, como por no dejar. Caen entonces los pétalos rosados, y yo siento dentro de mí que la belleza ha muerto a poco de nacer.
¿Por qué no aprendes, árbol arrebatado, a contener tu ansiedad de primavera? ¿Por qué no sabes esperar? Mira al nogal, que aguarda la llegada de los días de marzo antes de asomar su primer verdor sobre las tapias de su ramaje gris. Pero yo qué te digo: tampoco he tenido nunca, ni tendré, la difícil sabiduría de la espera. Oigo sonar, lejana, una canción primaveral y abro mi pecho irrazonable, y entra el frío como piedro por su casa. Sin flor te quedas tú; sin mí me quedo yo. Todo por no saber esperar, durazno amigo, todo por no saber esperar.
¡Hasta mañana!...