Los incrédulos llamaron a San Virila y le dijeron que creerían en el verdadero Dios si les hacía un buen milagro.
-¿Mayor milagro quieren que el sol? -les preguntó el santo.
-El sol sale todos los días -replicaron ellos con indiferencia.
-¿Poco milagro les parece -volvió a decir Virila- la hermosura de los árboles y de las flores?
-Flores y árboles hay en cualquier parte -contestaron los hombres, desdeñosos.
Entonces San Virila hizo un pequeño ademán. Movido por una extraña fuerza uno de los incrédulos se elevó en el aire y ahí quedó suspendido, cabeza abajo.
-¡Milagro! ¡Milagro! -clamaron los incrédulos al tiempo que caían de rodillas.
-¡Tontos! -los reprendió San Virila-. Muy pobre es el espíritu del que se pasma con el circo de los hombres y no se conmueve con los milagros que todos los días hace quien los creó.
¡Hasta mañana!...