Yo estaré siempre agradecido a la maestra Rosa López, mi profesora de Álgebra en la secundaria. Por ella aprendí una verdad que los malos maestros de matemáticas se empeñan en mantener oculta: las matemáticas son cosa muy sencilla.
Claro: si a cada problema corresponde sólo una solución, la única dificultad consistirá en hallarla. Las fórmulas siempre dan tranquilidad. Malo el caso de otros objetos del conocer humano, en que una pregunta admite varias respuestas posibles, todas con semejante validez. Ahí empiezan los asegunes, para decirlo en pueblo.
¿Por qué muchos maestros de matemáticas se esfuerzan en inspirar miedo a sus alumnos, en hacerles la vida imposible, en reprobarlos siempre para sentirse bien? ¿Por qué no les descubren la belleza que reside en los guarismos, la armonía de las combinaciones numéricas, el jubiloso triunfo de la encontrada exactitud? Logro mayor de aquél que enseña es conseguir que sus alumnos amen lo que enseña. ¿Por qué algunos profesores de matemáticas se empecinan en que sus estudiantes odien las matemáticas?
¡Hasta mañana!...
