Si no fuera por los pintores no podríamos ver. Ellos nos abren los ojos interiores, que es la mirada con que en verdad se ve.
No hay, a mi juicio, más verdadera imagen del sufrimiento que la que pintó Picasso en el Guernica. Casi en el vértice del triángulo de dolor y de muerte que forma el centro del gran cuadro aparece la cabeza de un caballo que abre el hocico en espantoso gesto de dolor. Una lanza le atraviesa el costado, como en recordación de otro lanzazo.
Ese caballo es la imagen del sufrimiento de los inocentes, de todos aquéllos que sufren sin tener ninguna culpa. Sobre ellos se ha cebado la maldad del hombre, o sienten el dolor que, no sabemos por qué, nos manda Dios. Exactamente sobre la cabeza del animal que sufre -así sufrimos los humanos, como animales asustados- hay un foco puesto dentro de un óvalo que tiene semejanza de ojo. Es la mirada divina, dicen unos. Del ojo sale luz, y esa luz ilumina toda la escena del horror.
No sé si Picasso creyó en Dios, pero sí sé que en todo sufrimiento está presente Dios. Si sentimos esa presencia cobrarán sentido nuestros sufrimientos.
¡Hasta mañana!...