Ayer vi las primeras palmas florecidas.
Las palmas de los desiertos norteños no son las gráciles palmeras de la costa, parecidas a sensuales odaliscas. Estas palmas son ásperas, salvajes. Se defienden con aguzadas púas, y su tronco es robusto, para guardar el agua de las lluvias que a veces tardan años en caer. Pero en la época de la cuaresma florecen las palmas con la hermosura que sólo puede verse en los desiertos. Sus flores -la blancura más blanca de todas las blancuras- son un glorioso penacho sobre la testa de esas gigantas solitarias.
Llegarán las mujeres campesinas y cortarán las flores, y con ellas harán un guiso de Semana Santa, sabrosísimo. Si soy afortunado, comeré flor de palma, y en silencio daré gracias a Dios, que hasta en el desierto nos da flores de vida y de belleza.
¡Hasta mañana!...