En medio de la verdura de la avena se mira el árbol solitario. Es un albaricoquero o chabacano. Cuando florece pone un ampo de luz en el paisaje.
La flor del chabacano es blanca y frágil como el pudor de una doncella. Basta una leve brisa para arrancar sus pétalos y dispersarlos en el aire. Los lugareños dicen que el árbol es "chiquión". Esa palabra campesina equivale a delicado, débil, melindroso. Muy rara vez da fruto. "Igual sería cortarlo", me proponen.
Yo me niego a la tala. ¿Quién es capaz de talar la belleza? Desde mi casa veo el árbol florido y me parece un dibujo de Hokusai. ¿Que no da fruto el árbol? No me importa. Más hermosuras tiene la promesa que el logro, y la espera es mejor que lo esperado. Alguna vez quizás el chabacano rendirá sus damascos, turgentes y jugosos igual que senos de mujer. Pero ni esa esperanza me sostiene. Me sostiene la frágil flor del árbol. Y sus pétalos, tan débiles que se van con el aire, también lo sostienen a él.
¡Hasta mañana!...