Murió don Francisco Cerda, maestro mío de periodismo. En buena parte a él debo lo que soy. Era muy joven yo; apenas empezaba a escribir. Alguien le mostró a Pancho Cerda un artículo mío aparecido en un pequeño periódico de mi ciudad. Él me llamó para invitarme a estar en las páginas de "El Porvenir", de Monterrey, a la sazón el más importante diario en la provincia. Llegué a su oficina cargando sendas bolsas de pan de pulque de Saltillo, una para él y otra para don Rogelio Cantú, propietario del periódico. Apareció mi columna en "El Porvenir" -he sospechado siempre que eso se debió más al pan de pulque que al mérito de mis artículos-, y un mes después ya estaba escribiendo yo en una treintena de periódicos en toda la República.
Hace algunas semanas un grupo de amigos del maestro Cerda nos reunimos a comer con él. Parecía un gentleman inglés, con su elegante traje bien cortado, sus modales distinguidos y su profusa cabellera blanca. Ese recuerdo evoco ahora, con el de su sabiduría y su bondad. ¿Podré llegar a merecer alguna vez el señalado honor de haber sido discípulo de tal maestro?
¡Hasta mañana!...