Llegó el granizo ayer a nuestro rancho. Las flores del durazno y el ciruelo cayeron en el fragor de la pedrisca, y quedaron los árboles desnudos en la desolación del campo.
Aquí la gente ve el granizo como amenaza fiera. Cuando las torvas nubes vienen las piadosas mujeres levantan las manos hacia el cielo con los dedos en cruz, y los hombres maldicen por lo bajo. A un niño -un inocente- le dan un machete para que lo esgrima contra la nublazón. El niño traza en el aire cruces invisibles. "Partir las nubes" se llama el rito centenario.
Nada más los ancianos no se turban. Ellos han visto muchas granizadas, y saben que siempre habrá granizo. Pero saben también que siempre habrá más flores. Por eso miran con igual sosiego el sol y la borrasca. La vida está hecha de granizo y flor. Ambos se van, y los dos vuelven. Eternamente todas las cosas son fuga y retorno. Con ellas nos vamos también nosotros, con ellas regresamos.
¡Hasta mañana!...