Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que su avión pasó por una tormenta eléctrica, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y prosiguió:
-El hombre ha hecho muchos dioses y ha inventado muchas maneras de embriagarse. Tan peligrosa es la embriaguez de Dios como la embriaguez del vino. El fanatismo, igual que la ebriedad, priva de la razón y puede conducir al tremendo delírium trémens de la violencia.
-No quiero parecer irreverente -siguió diciendo Jean Cusset-, pero creo que junto a la imagen de los dioses, de cualquier dios, debería ponerse el mismo letrero que se pone junto a los anuncios de cigarrillos o de alcohol: el consumo excesivo de este producto puede ser peligroso. La presencia de un dios en nuestra vida sólo es buena si no anula en nosotros la presencia de nuestros hermanos.
Así dijo Jean Cusset, y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...