Llegó sin anunciarse y dijo:
-Soy el bledo.
Lo vi tan insignificante que estuve a punto de decirle que me importaba un bledo saber que él era un bledo, pero me contuve por buena educación. Le pregunté:
-¿En qué puedo servirle?
Contestó:
-Mi nombre lo usan todos sin saber quién soy. Toda la gente dice lo mismo que usted pensó: "Me importa un bledo". Nadie se detiene a averiguar qué es un bledo.
Me apenó lo que decía, pues había descubierto mi pensamiento. Además tenía razón: yo no sabía qué es un bledo. Se lo confesé, y él replicó:
-Me importa un bledo que usted no sepa qué es un bledo.
Y se marchó. Quisiera decir que me importó un bledo que se marchara, pero no puedo decir eso: ignoro qué es un bledo.
¡Hasta mañana!...