Un hombre se propuso buscar el último número.
Había oído decir que la numeración es infinita. Los números -aseguraban los matemáticos- son lo único que no tiene fin. A cada número se le puede añadir otra unidad, de modo que aun el número mayor se hace más grande, pero es menor que el número siguiente, y así hasta el infinito.
Sin embargo aquel hombre había oído decir también que todo lo que tiene principio tiene fin. Si existe un número inicial debía existir también, por fuerza, un número final. Se aplicó a buscarlo con empeño. Y un día lo encontró. El número final estaba escondido, agazapado, temeroso de que alguien lo fuera a descubrir. Se sentía avergonzado de ser el último. Era tan grande que no podía tener ya sucesión. Envidiaba a todos los demás números, sobre todo al uno.
El hombre que halló el último número lo vio tan desvalido que sintió pena por él. Compadecido, lo llevó a su casa en secreto. Ahí vive actualmente el último número, desconocido y olvidado.
-No valgo nada -dice de vez en cuando con tristeza-.
La moraleja del relato es ésta: mientras más grandes son los números menos sirven para la vida.
¡Hasta mañana!...