Me gustaría haber conocido a un joven escritor francés cuyo nombre, por desgracia, la posteridad no se ocupó en recoger. Ahora que los especialistas en motivación proclaman tanto el valor de la autoestima, este muchacho merecería un monumento, pues mayor autoestima que la de él no he conocido.
Un día el protagonista de mi historia se presentó en la casa de Alejandro Dumas. El autor de "Los tres mosqueteros" estaba en el apogeo de su fama. El jovenzuelo, un total desconocido, le propuso que escribieran una novela en colaboración. A Dumas le irritó la audaz propuesta.
-¿Pretende usted, jovencito -dijo a su visitante- que un caballo de pura sangre se junte con un asno?
-Monsieur -se irguió el muchacho-. Le suplico que no me compare con un caballo, aunque sea de pura sangre.
Me habría gustado conocer a ese joven escritor. Sabía contestar bien a quien le contestaba mal.
¡Hasta mañana!...