El gran inventor terminó de hacer su máquina.
¡Qué prodigiosa máquina era aquélla! Todos los números del mundo estaban en su cerebro gigantesco, aun las cifras a donde no llegaba el entendimiento de los hombres. Podía dar respuesta aquella máquina a preguntas que nunca nadie había hecho.
Estaba orgulloso el inventor frente a su máquina. Era, sin duda, la más grande máquina del mundo.
En eso el hijito del gran inventor llegó gateando y desconectó la máquina. Se apagó la luz en su pantalla y cesó el ruido de su mecanismo. El gran inventor, entonces, comprendió una verdad que no estaba en el cerebro de su aparato: el más pequeño de los hombres es más grande que la mayor de las máquinas.
¡Hasta mañana!...