Invito a un amigo a conocer mi rancho en el Potrero. Entre sus cosas mi amigo trae un rifle calibre 22. Anfitrión yo, huésped él, no le digo nada.
Mi amigo le pide a don Abundio, el cuidador del rancho, que lo lleve de cacería al día siguiente. Y lo lleva, pero muy lejos, para que no les tire a los conejos, palomas, codornices y bestezuelas todas que en nuestras tierras moran sin que nadie las persiga. Sucede, venturosamente, que mi invitado no trae esa mañana buena puntería: no le ha pegado ni a la redondez del mundo. Regresa a la hora del almuerzo, muy cariacontecido, y me cuenta el fracaso de su paseo cinegético. Luego se vuelve hacia su guía y le dice avergonzado:
-Caramba, don Abundio, pensará usted que soy el peor cazador que hay.
Brota la cortesía del viejo campesino, y en ella el agua clara de su sabiduría ancestral:
-No, señor: luego luego se ve que sabe usté cazar. Lo que pasa es que no hay cazador bueno cuando Dios quiere cuidar a sus animalitos.
¡Hasta mañana!....