Jean Cusset, ateo con excepción de las veces que habla con un ateo, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y prosiguió:
-Hay quienes se sienten agentes de ventas de Dios, y pretenden hablar en nombre suyo. Tal se diría que el Señor les dio una franquicia o concesión como la que reciben los vendedores de hamburguesas. Dios no es una marca registrada. Ninguno lo tiene en monopolio. Nos pertenece a todos, hasta a aquéllos que no lo merecemos. Nadie hay que se atreva a vender el sol, o el aire, o el mar, y sin embargo hay quienes venden a Dios como una mercancía, y convierten su nombre en un producto comercial para sacar dinero. Malditos de Dios serían esos mercaderes si Dios fuera capaz de maldecir. Como yo no soy Dios sí los maldigo. Mi fe me dice que Dios se hará el desentendido mientras acabo de decir mi maldición.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...