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MIRADOR

Por Armando Fuentes Aguirre (Catón)

Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Sobre la loza se leen un nombre de mujer y dos fechas con una estrella y una cruz. Y más podría leerse, pero muy pocos son los que saben leer en una lápida.

“... Fui hija del hombre más rico del lugar. Jamás tomé marido, porque a ninguno tuve por igual. Una mañana, de pronto, me miré en el espejo y supe que era vieja. Y una tarde el mismo espejo reflejó mi ataúd. Ya estaba muerta.

“Siempre lo estuve, ahora lo sé. Pensé que la vida consistía en cuidar mis posesiones y contar mi dinero, temblando al menor ruido. Ahora sé que debí darlo todo, darme toda, porque acá donde estoy no tengo nada. Ni siquiera me tengo a mí misma.

Si el dinero sirviera para comprar otra vida... Pero ni aun así podría tenerla: en las sombras de mi última agonía oí cómo mis parientes se disputaban lo que dejaba yo. En verdad nada fue mío jamás.

“Si viviera otra vez, viviría...”.

Hay en el cementerio de Ábrego lápidas que hablan de vidas bien vividas. Otras, como ésta, hablan de vidas que fueron sólo muerte.

¡Hasta mañana!...

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