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MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

Ricardo llegó, como todos los lunes al cansarse el sol, con una bolsa llena con panes diferentes como pretexto para la plática que rompe el silencio vespertino impuesto por la fabricación de ésta u otra columna.

En esta ocasión trae además, por primera vez, una preocupación que suelta de buenas a primeras diciendo: “¡Qué rápido se va el tiempo!”. Esta verdad de a folio es el primero de mis hijos que la nota, y eso que todavía no llega al medio siglo, y me la dice. Pero, tiene razón. El tiempo no está ocioso jamás.

Diariamente nos hiere. A diario nos infiere una herida en alguna parte del cuerpo, notémosla de inmediato o no; siempre hay un día, para unos antes que para otros, pero del que nadie escapa en que todos comenzamos a notar la celeridad del tiempo.

Comiendo hace menos de una semana con un par de amigos en un restaurante del centro, así como las señoras ponen sus bolsas en una silla de la propia mesa, ellos pusieron sus bastones. Notándolo les ofrecí que el próximo año estaría ahí uno más, el mío. Son pronósticos que no pueden fallar, que vienen por sus propios pasos contados y que el tiempo se encarga de que cumplamos.

Pero, la rapidez del tiempo, esa tribulación que particularmente despierta el descubrimiento de que algún buen amigo ha muerto, o que puede hacerlo también la terminación de un día particularmente hermoso y que, por ello, no debería terminar, cuando se vuelve reflexión, ya no nos deja.

M A R T E S

Allá por principio de siglo dos cosas eran muy importantes para los de acá de esta parte del Nazas: las visitas en Noviembre al cementerio municipal, a donde se iba, igual que ahora, por costumbre y no por tener, precisamente, deudos enterrados en él, para ver los mausoleos, algunos ostentosos para aquellos tiempos, y la otra al río para ver cómo las aguas de las crecidas brincaba las piedras. Era algo de lo poco que entonces teníamos que ver, y no nos lo perdíamos.

Eran los tiempos en que el Cine Herrera ofrecía al público la serie de “La Moneda Rota” con Eddie Polo, si no recuerdo mal, y en el “Princesa” se presentaba en persona Art Cord cuya película “Las Calaveras del Terror” se acababa de exhibir, y el imperturbable Buster Keaton aparecía de pronto y conquistaba con su comicidad diferente.

Eran los años veinte, la democracia todavía no impedía que los cines tuviesen anfiteatros y galerías, además de lunetas, y que la gente del pueblo pudiera ver por cinco o diez centavos lo que la “alta sociedad” veía por veinticinco, cincuenta centavos o más. De entonces a acá las cosas han cambiado, tanto que los que antes iban a aquellos anfiteatros y galerías hoy sólo pueden ir a luneta, sin más opción porque todos somos iguales.

Como soy cinero, la televisión no me satisface, entre otras cosas porque nunca sabe qué es lo que acabará uno viendo, cosa tan segura en el cine y que en la tele casi siempre es cosa de suerte.

M I É R C O L E S

La vida es una cadena de fracasos que son los que la hacen atractiva.

Ahí tenemos a nuestros primeros padres, fracasando como primeros habitantes nada menos que del Paraíso donde hubieran pasado toda su vida que no fue corta. No haber dado el ancho, el ancho que les había señalado el Señor, hizo que los pusieran de patitas en la calle. Culpable o no de ello la serpiente, la cuestión es que eso les hizo conocer a más gente cuya existencia hubieran ignorado. Pero, sobre todo, murieron, cosa que, puesto que la vida después de cierta edad disminuye diariamente agradecerían de todo corazón.

Los éxitos constantes no son, no pueden ser ni siquiera saludables, digo, ese tipo de éxitos que obligan a vivir rodeado de guaruras y esas cosas que ofrecen seguridad. Platicando hace años con otro lagunero que había llegado, como tantos, de lejos para quedarse, comenzó a quejarse de que sí, de que era muy rico, pero que eran pocas las cosas que podía comer que no le hicieran daño, todo por la preocupación de no perder nada de lo que había hecho ya que, quisiéralo o no era su responsabilidad conservarlo. (¿Qué le parece, ahijado?) Los primeros laguneros pensaban diferente, al menos mientras no tuvieron sucesores, y aquéllos cuyas tierras les rendían buenas cosechas, todo lo ganado lo volvían a invertir confiando a la suerte el duplicarlo.

Pero, aquellos primeros años fueron los de la aventura, los de la confianza en sí mismos, los de ganar o perder, los del todo o nada. Hoy se sacrifica la aventura en aras de la mercadotecnia, de la seguridad. Algo de vida se pierde.

J U E V E S

Nadie comprenderá los motivos de otro. No obstante haber sido dicho por quien fue dicho aquello de “Amarse los unos a los otros”, no sé por qué, en realidad parece que fuimos hechos para odiarnos más que para amarnos.

Los contertulios tienen miedo de ser los primeros en irse de las mesas, porque ellos hacen lo mismo, en cuanto alguien se va los que quedan en ellas se los comen vivos, como suele decirse. Y si esto no es así entonces el silencio impera en la reunión.

Es posible que hayamos sido hechos para amarnos, pero algo falló o el diablo, o quien haya sido, se quedó escondido entre los hombres que, por lo general acaban odiándose, entre sonrisas, claro. De alguna manera no nos completamos, y si algo nos falta lo encontraremos más fácil actuando solos.

Imaginemos nomás que, de pronto, todos los mexicanos tomáramos la determinación de amar a nuestro presidente. Por muchas que fueran sus deficiencias de alguna manera lo sacaríamos de su apuro. No disculpándolo, sino ayudándolo, cualquiera que fuera el partido de cada quien. Y eso que, bien pensado, una decisión así nos beneficiaría a nosotros mismos, pues se lograría sacar a México del hoyanco en que se le tiene y en el que todos, unos más, otros menos, todos estamos hasta el cuello en él.

V I E R N E S

Muchos siglos pasó el hombre en busca de un Dios. No se pusieron de acuerdos todos en uno, pero, por grupos muchos fueron encontrando el suyo al que levantaron templos. Incluso se llegó a la tolerancia, respetando unos los de los otros.

Pero, ¿qué cosa no destruirá la codicia? ¿Y la mercadotecnia, también la mercadotecnia?

Resulta, según la noticia de “El Economista”, que una firma norteamericana, la Hero Builders descubrió que era negocio hacer muñecos de gente famosa como Osama Bin Laden, Saddam Hussein y George W. Bush, y ahora para no andarse con las ramas calificando a Jesucristo como “único verdadero héroe” lo ha sacado a la venta como juguete. El muñeco recita los Diez Mandamientos y se está vendiendo en Chicago en 34.95 dólares, y acabará un día, como todos los juguetes, arrinconado en las casas de quienes los compraron.

La cosa no acaba ahí, por supuesto, pues a este muñeco, ya no imagen, ni nada por el estilo, sino muñeco, se le sacará todo el jugo posible, vendiendo aparte sandalias y otros accesorios, como aquella muñeca “Barbie” que todavía anda dando guerra por allí.

¡Lo que no hará la mercadotecnia!

S Á B A D O

Recordemos a Neruda, con motivo del primer centenario de su natalicio.

ME GUSTAS CUANDO CALLAS

Me gustas cuando callas, porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma,

emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de ensueño, te pareces a mi alma,

y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante

y estás cómo quejándote, mariposa en arrullo,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que calle en el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio

claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas, porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Y D O M I N G O

Las lluvias echaron a perder tres fotografías de ex presidentes del Club de Leones, las de JOSÉ Q. DE MIRANDA, ROBERTO RIVEROLL y el doctor FRANCISCO MADRID. La galería de ex presidentes ha quedado, pues, incompleta. Si alguien tiene fotografías de estos señores y puede facilitarlas para que los Leones saquen copias, comuníquese con MIGUEL CASTAÑEDA al teléfono 7-13-25-39.

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