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MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

La curiosidad pública, por fin, fue satisfecha y ahora todo mundo sabe lo que ganan nuestros líderes políticos. El encono, y respeto, que se les tenía por suponer la mayoría de nuestro todo mundo, que mes a mes se llevaban cifras millonarias, se ha visto defraudado, pues no es así, ya que la mayoría anda alrededor de los cincuenta mil, y si alguno los pasa, no falta quién no les llegue.

Ante esta situación, ahora la sorpresa de los contribuyentes comienza a convertirse en admiración para esos lideres que tan bien administran lo que ganan, que si a otros apenas les serviría para vivir de acuerdo con su rango, a ellos les sirve, además, para ahorrar, tanto que la mayoría acaba en cuentahabiente, terrateniente y millonario.

En fin, que todo eso está bien, lo que siempre faltará saber es si esos miles mensuales que se embolsan se desquitan de alguna forma saludable para el país, es decir, si se los ganan o nomás los reciben y el que hace el trabajo es otro, como me parece que sucede con el chamaco del Partido Verde que tiene cara de vivir un sueño, pero que no suelta prenda por las dudas.

M A R T E S

Seguridad nos viene diciendo desde hace tiempo que vivimos en una ciudad tranquila, y no tiene que insistir para que se lo creamos porque hemos tenido la suerte de no ser testigos, como no sea frente a la tele, de irrefrenables carreras de automóviles que todo lo arrollan o de tiroteos sin discriminación, caiga quien caiga.

Y sin embargo, si cuando se hojea el diario se alcanza a leer la letra gruesa de los encabezados se entera uno de las intenciones de matar con que algunos de los habitantes de nuestra ciudad se desvelan, y de cómo otros son capaces de golpear y lapidar a ese prójimo que debían amar, y de ultrajar, tratándose, nada menos, si no de sus esposas, sí de sus parejas, a quienes se supone debían de proteger, y en fin, cosas así que cuando se ve a esta ciudad desde un avión en vuelo, o desde la altura de cualesquiera de nuestros cerros, o de la azotea del más alto de nuestros hoteles no lo diera usted por posible y, no obstante, no hay nada que lo impida, ni el “amaos los unos a los otros” que desde niños se nos repite constantemente en el hogar, en la iglesia y las escuelas, y menos la policía.

El hombre desde Caín nació violento y sólo la educación, una buena educación, puede librar de ella al ser humano; pero ya vemos que, en comparación con otros países latinos el porcentaje en que nuestros estudiantes abandonan sus estudios antes de terminar el bachillerato es el más alto. Y si bien castigar a los golpeadores está bien, mejor sería obligar a estudiar de día o de noche, a quienes estando en edad de hacerlo, no lo hacen.

M I É R C O L E S

A nosotros, a los mexicanos, nos da por sacarle a las cosas, con lo cual no sacamos sino hacer el ridículo cuando tratamos de corregir éstas o aquéllas. Allí tenemos el caso de Echeverría. Y no es que diga que lo que trataban de hacer ahora lo hubieran hecho cuando él hizo lo que hizo. Sólo pensarlo es tonto, pero, vamos a pensar hacerlo cuando su responsabilidad se ha extinguido, como que tampoco. ¿O no?

Lo peor del caso es que eso no pasa sólo con los culpables poderosos, pasa con cualquiera que sepa cómo moverse en tales casos, a quién ver, con quién hablar, decir quién es. Parece en ocasiones como si los encargados de ciertas defensas o de tales acusaciones no supieran lo que traen entre manos, y a veces cometen errores, o se dice que los cometen, como presentar fuera de fecha sus documentaciones o, de plano, mal redactadas, como si no hubieran terminado su carrera y no supieran hacer el más elemental de los oficios. Y así es como el tiempo, que a nadie espera, se va pasando, hasta prescribir en muchos casos el de ésta o aquella causa.

Hace poco tiempo, algunos meses, en Europa un príncipe de quien se sabe qué hizo en pequeño lo que Echeverría en grande, es decir, personalmente golpeó a alguien y hasta le dio de patadas en el trasero, la cuestión es que dicho Infante a estas horas purga ya una prisión domiciliaria y ha tenido que pagar algo así como un cuarto de millón de dólares. Pero, ya.

Esperar años para hacer justicia sólo la elude.

J U E V E S

Cuentan del pintor Utrillo que la fama le vino casi de sopetón. De pronto sus cuadros se empezaron a pagar muy bien. Un día, en una tienda donde se vendían cuadros entró un desconocido y preguntó si tenían cuadros de ese tipo que dicen que se llama Utrillo. Le dijeron que tenían dos, y dijo que se quedaba con ellos. Le dijeron el precio y los pagó. Al preguntarle a dónde los mandaban, les dijo que los iba a dejar con el encargo de que cuando les ofrecieran por ellos el doble los vendieran por su cuenta y ya él les daría una comisión.

Se hizo firmar un recibo de depósito de los cuadros, y se fue. Volvió un año después, y de acuerdo con lo convenido, le dieron el doble de lo que había pagado por los cuadros, que ya estaban vendidos a otro.

El pintor Utrillo fue de los más falsificados. Se decía que en los Estados Unidos había, por lo menos, quinientos Utrillos falsos. Le contaban esto al pintor y él se encogía de hombros y lanzaba esta idea: Lo que debía hacer el gobierno de los Estados Unidos es prohibir la entrada de cuadros de pintores europeos. Y le protestaban diciendo que, si sin prohibición había quinientos, con prohibición pronto habría dos o tres mil.

Alí Khan en 1949 le pidió que le hiciera un retrato de Rita Hayworh, que era entonces su mujer. Utrillo le dijo que le pintaría un paisaje, una casa o una naturaleza muerta, pero no un retrato y menos de mujer. Y al decirle que alguno había pintado decía que sí, que uno de una tal Lucía Valore, que era su mujer.

V I E R N E S

Señor Presidente Municipal: No sé si le han reportado las condiciones en que ahora, después de las lluvias que nuestra ciudad ha gozado y sufrido, ha quedado el Bosque Venustiano Carranza, este bosque que entre otras cosas se hizo para disfrute del pueblo y que, efectivamente, lo usa y aprovecha.

Tiene usted que verlo, señor Presidente; si se lo cuentan, se lo van a contar mal, porque el bosque ha quedado verdaderamente peor. Sus pasillos, sobre todo, necesitan una repavimentación en forma. Están todos lodosos, Más de uno se ha resbalado en ellos pegándose en la cara, enlodándose todo y echado chispas por ello. Hay que aprovechar cómo lo han puesto los aguaceros para echarle no una manita sino una mano que lo deje como nuevo. Pero, eso no lo puede decidir nadie sino usted, así que, ¿por qué no prestarle la media hora que necesita para echarle un vistazo y decidir, sobre todo, por una buena asfaltada a sus pasillos? Los caminantes de todas horas (¿sabe usted que hay quienes empiezan a caminar en él antes de la salida del sol?), deportistas o no, se lo agradecerán.

Claro que existe una persona responsable de él a quien debería dirigir estos renglones, perdone que a usted se los dirija, pero se trata de algo que hay que ordenar se haga cuanto antes, y eso sólo usted puede hacerlo, como en su gestión ha venido haciendo cosas que antes no se hacían.

Por su atención, muchas gracias. Los visitantes del parque se lo agradecerán.

S Á B A D O

A los sábados se aspiraba antes porque eran el último día de la semana, el que anunciaba el descanso del domingo, día en el que se permitía descansar a los trabajadores. Esto fue así mientras no nos invadieron otras costumbres que dieron al traste con tal hebdomadario descanso mediante el cuento aquel de que el “tiempo es dinero”. No lo es, y la prueba es que muchos ni terminan su primaria con tal de trabajar y enriquecerse y lo único que consiguen es una perpetua pobreza.

Eso me recuerda a aquel manifestante de un Día del Trabajo, que de pronto se vio llamado por un espectador, y aún alcanzado y estirado por la mano del mismo para sacarlo de la marcha, y al preguntarle todo azorado que por qué le hacía aquello, escuchó que le decían: “Es que tengo un trabajo para ti”. A lo que verdaderamente enojado contestó: “Y habiendo tantos en este desfile a quién dárselo, ¿nomás yo le gusté?”.

El tiempo gastado en aquel desfile no sería oro, pero, para el marchista era algo mejor: era un ocio divertido.

Y D O M I N G O

En México, el poder es una borrachera de seis años y una cruda implacable para el resto de la vida.

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