L U N E S
A quienes, como yo, vienen de lejos; es decir, cuando menos de la década de los veintes, la manera de llover de estos últimos días nos lleva a recordar la de entonces, cuando las calles sin pavimentar y con poco drenaje lograban acumular tanta agua, sobre todo en las esquinas, que las hacía parecer lagunas. Los chiquillos que normalmente andaban descalzos, y que entonces eran muchos, se daban vuelo metiéndose en aquellos grandes charcos, y no pasaba mucho tiempo sin que todos los de aquellos vecindarios, con permiso o sin permiso de sus madres, corrieran a quitarse los zapatos para imitarlos y ponerse a chapotear en aquellos lagunajos. En estos últimos tiempos en que, por una parte los años de seca se sucedieron unos a otros, y por otra la pavimentación y el buen drenaje impiden la posibilidad de que se formen estos charcos, son muchos los niños que jamás conocieron este primitivo placer de llegar a chapotear el agua de lluvia, no obstante que algunos hayan tratado de hacerlo en la playa con el agua del mar, pero no es lo mismo. Sencillamente, no es lo mismo. El mar es el mar, pero, también una charca es una charca, creaciones ambas de Dios.
Porque el hombre puede llenar de agua una poza, pero el agua que la llene debe ser de lluvia, y yo no sé cómo, pero los niños, cualquier niño, al menos de los de aquel entonces, sabía cuál era una y cuál otra, en esto nadie podía darle gato por liebre.
M A R T E S
Hoy, cuando las más famosas cosmetólogas del siglo anterior, que tanto ayudaron a la apariencia de sus contemporáneas, se han muerto o retirado, se me viene a la memoria el recuerdo de Ninon de Lenclos, la famosa cortesana francesa que nació, creció y murió bella sin más cosmetología que la de su cocina.
Voltaire la conoció siendo él muy jovencito y ella lo bastante mayor.
Nunca se supo con exactitud cuántos años tenía ella en cada momento de su vida. Voltaire la cita como una de las mujeres más espirituales y mejor dotadas de su tiempo.
La reina, Ana de Austria, hermana de Felipe III, celosa guardiana de las buenas costumbres, trató de castigarla y le envió un mensajero con la orden de escoger un convento adonde retirarse. Ninon enterada de la orden, mandó su contestación a la reina: “Decid a la reina que elijo el convento de los grandes franciscanos de París.
Enfadada la reina por esta desvergüenza, ordenó que se le recluyera en un refugio de doncellas arrepentidas. Y Ninon le contestó: “No puedo en esto cumplir la orden de la reina, porque no soy doncella ni estoy arrepentida.
Ninon a los setenta años era todavía una mujer atractiva y aún algunos hombres la solicitaban, entre ellos el abate Chaulieu, a quien Ninon no rechazaba, pero a quien tampoco se entregaba, diciéndole que todo llegaría, como así ocurrió. Él después le preguntó por qué había tardado tanto en acceder a su deseo, y ella le contestó que lo había elegido, desde hacía tiempo, porque le hacía ilusión su deseo a los setenta años, que ese día cumplía.
M I É R C O L E S
Quienes hoy encendieron sus televisores desde temprano para no perderse nada de lo que en la Cámara ocurriera con motivo de la lectura del IV informe presidencial, fueron testigos de la más bochornosa actuación de nuestros representantes que aprovecharon el tiempo próximo anterior para cebarse libremente atacando por turno al ausente.
Esto fue así hasta que la voz serena y sensata del diputado Zermeño vino a poner un poco de orden en aquel caos viperino y hasta maldiciente.
La voz de este diputado y la del diputado Manlio Fabio Beltrones, presidente de la Cámara, fueron las dos únicas que honraron como lo que eran a su Cámara.
Por su parte el señor Presidente pudo leer su IV informe en medio de una larga serie de interrupciones que a nada conducen.
Alguien dijo en el pasado, que si empezáramos a avergonzarnos de nosotros mismos, no tendríamos tiempo de hacer otra cosa en el resto de nuestras vidas. Y así, pienso que si los señores diputados llegan a ver, en una repetición de la tele lo ocurrido hoy, siendo ellos los protagonistas, si algo les queda de vergüenza se van a arrepentir toda su vida.
J U E V E S
Nunca como este año ha habido tantos suicidios en nuestra comarca. Gente de toda edad, no solamente ancianos o enfermos sin cura lo hacen. La gente se pregunta si el suicidio es cosa de valor o cobardía. Nadie tiene la respuesta, acaso ni el que comete el suicidio. Es probable que, si en ese momento de soledad sonara el teléfono, tocara su puerta un amigo, o sucediera alguna cosa como éstas, en muchos casos el que intenta quitarse la vida se olvidará de ello.
Muchos son los motivos por los que el hombre o la mujer se deciden a abandonar este mundo, los más tristes son aquéllos que llegan a esa decisión por la falta de dinero, no de grandes cantidades sino pequeñas, tanto que hasta los que razonan el daño que hace la caridad darían la ayuda necesaria sabiendo sus razones.
Uno de los casos que seguramente ha conmovido a toda nuestra sociedad es el de esa niña, buena estudiante, por cierto, que soñó siempre con llegar a ser profesionista, pero, no pudo soportar el ver la angustia de sus padres por no poderle proporcionar, en el acto, el poco dinero necesario para adquirir los más elementales útiles; es decir, le ha quitado la vida la ciudad, la vida, la calle.
Comienzan a ocurrir en nuestro mundo tragedias de las que ya no podemos reírnos, porque son tan reales y tan cercanas que es muy difícil soportar su conocimiento, y menos olvidarlas.
V I E R N E S
En 1517 la casa Fugger era tan poderosa que, con los medios financieros a su alcance, pudo decidir sobre la sucesión a la corona imperial.
Las negociaciones que en aquella ocasión tuvieron lugar demuestran exactamente cuál es el significado de la frase “la edad de Fugger”. Cuando Carlos V, rey de España, de la familia de los Habsburgo, dijo que deseaba ser emperador del Sacro Imperio, Francisco I, rey de Francia, hizo saber que estaba dispuesto a gastar vastas sumas para competir por ese honor. El tira y afloja con los Electores duró años enteros, Finalmente Fugger apoyó a Carlos, habiendo ascendido el coste total a ochocientos cincuenta mil florines, de los cuales aportó Fugger quinientos cuarenta y tres mil.
Bien poco se sabe de su personalidad. Se decía que era un hombre alegre, modesto, pero que solía decir lo que pensaba . No pesó sobre él ninguna de las preocupaciones corrientes en los grandes negocios del siglo XX: decía a sus sobrinos que todas las noches dormía profundamente. Luis XII de Francia le preguntó al “condottiere” Gian Giacomo de Trivulzio qué hacía falta para apoderarse del ducado de Milán, “Dinero, dinero, y dinero” le respondió éste. Respuesta, por cierto, que Jacob Fugger habría aprobado considerando al dinero el agente perfecto de la nueva diplomacia.
S Á B A D O
Veo la noticia del regreso de Montemayor, y me pongo como todos los mexicanos: escéptico acerca de nuestra justicia, no de nuestras leyes, que me parecen buenas, pero sí de quienes las manejan.
Una de las cosas que más encocoran en este asunto es que el hombre, que ya de gobernador de nuestro Estado había hecho sus cosas, salga de la cárcel norteamericana en que estaba para venir a las calles metropolitanas, con todo el dinero que le achacan a cuestas, y que tiene visos de verdad, pues, si no, ¿de dónde diantres iba a sacar el dinero que le cuesta todo ello?
Que el hombre era un nabab, no lo era. Que se fue haciendo a la vista de todos, bueno, pues aquí estamos todos de testigos. Y los diarios, y los noticieros que nos han mantenido del cómo sin otro porqué que el suyo propio.
Cualquiera comprendería un enriquecimiento moderado de esta gente que se mueve entre millones y corrupción, pero hasta esa codicia tiene su medida, que es la de no morir en la pobreza, ni dejar a sus hijos en la calle, u nada más. Todo lo que de allí pase es despreciable y es pecado en un país como el nuestro, en el que, como decíamos, creo que el jueves, una niña se quita la vida para no seguir sacrificando a sus padres con unos cuantos centavos para útiles elementales.
Y D O M I N G O
La palabra amor se usa con demasiada frecuencia y con demasiada inexactitud. Mueve el cielo y los astros, ilumina las páginas más puras, ¡pero con qué facilidad se presta para enmascarar las pasiones ínfimas, los egoísmos atroces y aun los crímenes. ROSARIO CASTELLANOS.