Torreón Calidad del aire Peregrinaciones Tránsito y Vialidad

MIRAJES

Emilio Herrera

L U N E S

Cada día hablamos más del próximo primer centenario de nuestra ciudad, y esto que, por supuesto, es bueno, no deja de tener su lado malo y es que, como sigamos así nos vamos a dar cuenta de que nos estamos volviendo aquello que cuando lo pensamos por primera vez al cumplir el medio siglo no sólo no lo creímos sino que nos dijimos que ello no nos pasaría a nosotros. ¿Qué no? Pues, ya lo ves.

Luego vienen las mentiras, las que te cuentas tú mismo cada mañana cuando te afeitas y no ves pasar el tiempo viéndote cada día con los ojos del ayer, mentira que apoyan los amigos de cada día que nos reciben con la misma frase, pero cada vez más convencidos de ella: “Óyeme, ¡pero qué bien te ves!”, unos, y otros: “¿Cómo le haces?, ¡pero si es que por ti no pasan los años!”. Y eso te lo dicen en el preciso momento en que luchas con tu memoria para acordarte con quién estás hablando.

Pero, éstas son minucias, lo peor es cuando no entiendes lo que dicen los jóvenes y menos los muchachos, y no es que no hablen español, lo hablan, pero es uno que ha evolucionado tanto que tú no entiendes, pero ellos sí, por eso se ríen de lo que dicen y tú no, tú te quedas en babia, como suele decirse, y no porque no entiendas cada palabra, la entiendes, pero no el doble sentido de las frases.

M A R T E S

De una manera o de otra, muchísima gente sigue creyendo en los milagros, y en estos tiempos en que cada día cuesta más vivir eso no está mal. Si bien es cierto que antes los milagros sucedían cada venida de obispo, como suele decirse de lo que tarda , hoy los milagros suceden más espaciados todavía. Eso fue porque hubo un tiempo en que los milagros llegaron a ser cosa diaria, tanto que ya ni llamaban la atención, y aquella diariedad si no agotó recortó la reserva milagrienta de tal forma que su guardián tuvo que advertir que de seguir como iban se iban a quedar sin uno para hacer por verdadera necesidad.

Los milagros no han sido sólo cosa exclusiva de la divinidad o de los santos. Los reyes, por ejemplo, hubo un tiempo en que también los hacían, regalando pequeñas bolsas de gamuza llenas de monedas de oro, que hacían el milagro de que los hambrientos comieran, pero, sucedió que con el tiempo dejaron de hacerlo porque sus ministros se las apropiaban antes de que los reyes las vieran y, así, cuando llegaban a verlas las necesitaban para salir de deudas.

En México, la lotería, que debería hacer varios milagros semanales, hace añales que ha dejado de hacerlos o, al menos, no les da la publicidad que debiera, pues antes anunciaba los “gordos” con bombo y platillo, y ahora, ¿quién sabe de uno? Y esto es necesario para que se siga creyendo en ella y en quienes la manejan.

M I É R C O L E S

El filósofo alemán Emmanuel Kant muerto hace doscientos años era un hombre sumamente ordenado, y vivía sometido a un horario que se repetía todos los días con rigurosa exactitud. Tenía sus reflejos tan condicionados que si se producía alguna alteración en el orden que le rodeaba, era incapaz de pensar, ni desde luego, de trabajar. Iba todos los días, después de comer, a dar un paseo, siempre por las mismas calles y de la misma duración. Y cada día, después del paseo, entraba en una cervecería, siempre la misma, y se tomaba una cerveza y una salchicha. Un día el dueño del establecimiento no le pudo servir la salchicha. Se le habían terminado y aún no había recibido otras, aunque las estaba esperando de un momento a otro. Kant se sintió invadido de un raro desasosiego y aquella tarde no pudo pensar ni escribir nada.

Vivía siempre exactamente igual, tanto si era verano como invierno. Un día una hija del dueño de la cervecería le dijo que la primavera era muy bonita. Como todos los años, le respondió Kant. Las flores en primavera, la nieve en invierno. Esto se repite siempre igual. Y continuó leyendo.

Su caligrafía era difícil de descifrar. Un día su copista no entendió una palabra, y le pidió a Kant que la descifrara. Lo intentó, pero acabó diciendo: Cuando lo escribí habría sido capaz de explicarlo. Ahora no lo soy. Pero, déjalo como está y seguro que algún filósofo sabrá interpretarlo. Y si ninguno sabe, no faltará quién invente una interpretación.

J U E V E S

Ahora que en nuestro país ocurren a diario tantos delitos de todo tipo y sólo castigan a los autores de los menores gozando de libertad quienes han cometido los mayores, vale la pena recordar a Juan Salinas Sánchez que no quiso aceptar una condena de dos años por robo, por considerar que esto era infamante para él, ya que le correspondían lo menos diez por un delito de homicidio.

Éste es un caso curioso ocurrido en 1954. Le comunicaron a Salinas su condena a dos años y, como llevaba ya más tiempo de prisión preventiva, quedaba en libertad. Y Salinas, enojado exclamó: Imposible, estoy aquí por homicidio, no por robo. Y me niego a que me condenen por robo, pues nunca he robado ni he sido ladrón.

Las autoridades de la cárcel se informaron y entonces descubrieron que en la penitenciaría había dos presos con el mismo nombre, dos Salinas Sánchez, uno ladrón y otro asesino. Les habían confundido y estaban a punto de soltar al asesino en vez de soltar al ladrón.

Y así, gracias a la protesta, por honor profesional, de uno de los dos presos, todo quedó aclarado; el Salinas ladrón fue puesto en libertad y el Salinas asesino volvió a su celda, y según parece al volver gritaba: “Yo lo menos diez años! ¡Yo lo menos diez años!”

V I E R N E S

Los medio días de los viernes, no recuerdo por qué, acaso para no echarnos a perder el sábado, nos reuníamos en la esquina de Morelos y Cepeda, frente a la Plaza de Armas, “El Flamenco”, a tomarnos un par de cervezas heladas, porque el tiempo no daba para más, Alberto, Alfredo, Manuel y yo. Nos gustaba porque a todos nos quedaba cerca y allí nunca pasaba nada que alterara el orden. No se permitía la entrada ni a boleros ni músicos ni billeteros, y las pláticas en las mesas se desarrollaban en tono menor. Allí se bebía con educación, jamás oí llamar mediante un grito al mesero que atendía las mesas, y un día que un conocido, que ya venía con sus copas de otro lado, entró gritando de mala manera al empleado, “El Flamenco” mismo puso al gritón de “patitas en la calle”.

Aquel par de cervezas que se habían vuelto una costumbre semanal aumentaban nuestra provisión de alegría para los dos días siguientes, sábado y domingo, con el intercambio de las noticias de los cinco días anteriores y porque a lo mejor de esa reunión salía un compromiso para la noche del día siguiente.

Decían, entonces, que en Noruega el cantinero que vendía la copa que emborrachaba a un cliente estaba obligado a pagarle el coche que lo devolvía a su casa y familia, así que todos tenían cuidado de no ser ellos.

Si esta política se siguiera entre nosotros, serían muchísimos menos los accidentes automovilísticos causados por jóvenes ebrios.

S Á B A D O

El gran drama de la vejez es que nuestro repertorio de papeles que hemos venido representando a través de toda nuestra vida, desde niños, llegó al final. Por más que abrimos el cajón, el portafolios, nos buscamos en los bolsillos del pantalón, de la camisa, del saco o lo que sea, por más que metemos la mano y revolvemos y buscamos nada encontramos, en este drama o comedia de la vida cada día tenemos menos que representar, y si no fuera porque nos empeñamos en repetir y repetir lo mismo últimamente, confiando en que la buena educación hará que los que están a nuestro alrededor nos aguanten un rato más, quién sabe cómo nos iría. Hay veces que nos damos cuenta de que ya no tenemos público, de que representamos en un foro sin concurrencia o de plano en un desierto, porque la última felicidad que nos queda es escucharnos a nosotros mismos, cerrando los ojos para no darnos cuenta de que sólo repetimos palabras pero no actuamos, sólo esperamos el fin.

Y D O M I N G O

Para explicar su conducta unos invocan raros motivos intelectuales, otros pasiones complicadas, otros una sensibilidad extraña. No han caído en que el cansancio – sumisión al ritmo externo, abandono y renuncia – es la explicación. CARLOS DÍAZ DUFOO, hijo

Leer más de Torreón

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Torreón

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 108940

elsiglo.mx