L U N E S
¡Eso!: Que ?Desconocen los laguneros la fecha de la firma de independencia?. La culpa no es de ellos, y ni siquiera de sus maestros que, de alguna manera, un día deben de haberles hablado de aquello. Es que en nuestra ciudad han pasado muchas cosas. Alguna de ellas tenía que ver con la exacerbación de nuestro patriotismo Por ejemplo: algunos torreonenses recordarán que la avenida que hoy se llama Venustiano Carranza, por muchos años se llamó Agustín de Iturbide. Por ahí va saliendo la cosa. Y si hemos sido capaces de quitar el nombre a una calle, ¿no íbamos a prohibir que, por algunos años no se hablara en las escuelas acerca de él y de aquello en lo que participó?¡Vamos!: eso y más. Pero, la historia aguanta esos silencios y más, porque para eso es lo que es. La verdad que acabará, como ha sucedido en este caso, imponiéndose.
Lo bueno es que no deja de haber mexicanos interesados en ella, como Roberto Morales, dueño de un taller, e Ignacio Ramírez, carpintero, quienes por su cuenta siguen buscando toda su vida noticias sobre su patria y las consiguen, y las atesoran y, seguramente, las comparten con sus hijos, si los tienen, y con sus familias. Lamentablemente también hay otros que, de plano, salidos de sus colegios se olvidan de ella para aprender lo más que pueden de la de nuestros vecinos, contada por aquellos mismos en cuanto a su relación con nosotros. Por eso, nuestros profesores de primaria deben machetear la historia patria a sus alumnos. No la olvidarán.
M A R T E S
Los flamantes parquímetros, al menos en sus primeros días, vienen poniendo en evidencia lo que antes se ocultaba porque cuando íbamos al centro difícilmente encontrábamos dónde estacionarnos, no obstante que la mayoría de los negocios no acusaba movimiento. Eran, pues, los muebles de la propia gente de allí, los propietarios y sus empleados, los que ocupando los estacionamientos, entonces gratuitos hacían difícil el estacionamiento de sus visitantes y posibles compradores. Hoy la cosa es diferente. Ayer estuve allí por la mañana, entre once y doce, y pude escoger entre varios lugares uno para estacionarme. Ahora, pues, quienes están acostumbrados a hacer sus compras en el centro van a encontrarse con esta facilidad.
El resto, como siempre, va a ser cosa de los establecimientos comerciales del lugar. Tienen que buscar entre todos que el centro aumente su atractivo. En primer lugar que se vea limpio a todas horas, y las autoridades correspondientes deben establecer una estricta vigilancia para que esta aspiración incluya a los vendedores ambulantes que no ambulan.
Esta vigilancia debe comenzar desde ahora, pues la Navidad está ya casi encima, a escasos tres meses, y lo que el comercio de esa zona no consiga en ellos puede echarles a perder el resultado de todo el año. Los comerciantes establecidos y los ambulantes, quiéranlo o no, navegan en el mismo barco, y de que el centro satisfaga, como lugar de compras, a sus visitantes dependerá el resultado final de sus ventas.
M I É R C O L E S
¡Cuidado con este mes! Octubre no sólo es el mes de la Raza, es, también, el mes de los cambios de clima: mañanas y noches frescas, algunas bastante más que frescas y nuestros medios días que si pudiéramos envasar y vender en Alaska acabaríamos ricos hasta no queriendo.
Octubre es el mes en que se enferman hasta los que no se enferman nunca, y es que, ¡claro!, todas sus mañanas se vuelven un engaño, y como más vale prever que curar tú te comienzas a poner cosas encima y no acabas. Total, que cuando la cosa ya no tiene remedio, es decir, a media mañana te encuentras sudando como si hubieras participado en una carrera al lado de la Guevara, te empiezas a quitar cosas y enseguida a estornudar, lo que quiere decir que ya lo pescaste. El resfrío, por supuesto.
El resfrío es, sin duda, el peor de los castigos que, como no queriendo la cosa, le dejó el Señor al hombre. Para que se dé cuenta de lo que le espera, se habrá dicho. Y es que el resfrío dobla a cualquiera. Un hombre resfriado es el más triste espectáculo de este mundo. Una de las lápidas de un cementerio, según cuentan, decía: ?Aquí descansa Fulano de Tal. Murió de un resfrío, pero, ¡qué resfrío!?.
Son las estaciones, claro, pero, ¿qué casó tenían las estaciones? Así como el Señor las hizo pudo no haberlas hecho, y que la naturaleza cumpliera sus funciones. Pero, qué le vamos a hacer, fue una de las formas que ideó para demostrarnos que eso de que estamos hechos a su imagen y semejanza no pasa de ser un cuento.
J U E V E S
León Nicolaievich Tolstoi había heredado el título de conde de su padre, un título de cierta antigüedad. El primer conde de Tolstoi era un simple soldado. Estaba una vez de guardia en una de las puertas del palacio del zar Pedro el Grande. Se le acercó un noble y le dijo que quería pasar. El soldado le dijo que nones, pues el emperador había dado la orden de que nadie entrara por aquella puerta. Al noble se le subió su título a la cabeza:
¡Soy el gran duque!, gritó. Pero, como si no lo fuera, Yo tengo mis órdenes, que son las de no dejar pasar a nadie, y por aquí no pasa nadie, le dijo el soldado Tolstoi al noble, agregando: Podéis pegarme todo lo que gustes, no conseguiréis nada con ello.
El zar oyó el tumulto, salió a ver lo que ocurría, el gran duque se lo contó, indignado, Pedro el Grande lo dejó hablar, y luego dijo: Soldado Tolstoi: has sido castigado por obedecer una orden mía. Es un castigo inmerecido y es justo que lo devuelvas. Toma mi bastón y dale un palo en la espalda a tu ofensor. El gran duque protestó: ¡Cómo váis a consentir que un simple soldado castigue a un gran duque! No es un simple soldado, le nombro capitán, dijo el zar. Yo soy capitán de vuestra guardia, y mi grado es superior. Y entonces el zar ascendió al soldado Tolstoi a coronel de su guardia, para que el gran duque recibiera el bastonazo sin excusas.
Al día siguiente el soldado Tolstoi recibió su nombramiento de coronel de la guardia y un título de nobleza. Y así fue como uno de sus descendientes, León Tolstoi fue uno de los más grandes escritores de todos los tiempos.
V I E R N E S
Aquello que a principios del siglo pasado se oía decir mucho a quienes por fuertes o por ricos se sentían un poco más que los demás:
?Aquí nomás mis chapulines brincan?, en verdad el único que pudo jamás decirlo fue el Señor. Y ésa es la causa de que algunas cosas no le salieran del todo bien. El incubar en el hombre la idea de la guerra, por ejemplo. Allí está ésa que en su momento, y apoyado en una mentira echó a caminar Bush. No ha sido poca la gente de ambos lados que ha tenido que abandonar este mundo en la flor de su edad. Porque, hasta eso, no son los viejos los obligados a hacerla realidad. Si así fuera, la cosa podría, acaso, justificarse. Hace unos días, por ejemplo, entre nosotros, un anciano se suicidó y, bueno, quizá los suyos no, pero quienes se enteraron de la noticia, en cierta forma, lo entendieron. Como entienden que algunas mujeres, por la misma causa que los hombres, no resistan la tentación de vestir un uniforme y se enlisten, tomen un arma y den el pecho mientras apuntan a otros. Si eso fuera todo, los civiles entendieran tambien eso. Pero, lo incomprensible de las guerras comienza cuando los medios de comunicación nos acosan con las noticias de los pequeños a quienes esas gigantescas y tremendas armas creadas para matar por cientos a los seres humanos arrancan también la de cientos de niños sin que siquiera se hubieran enterado de la vida que tenían, como si ésta fuera una manera de que su Creador corrigiera el error de haberlos traído al mundo.
Si la muerte de un niño por enfermedad o accidente no se entiende, o es difícil entenderla, más lo es en esas circunstancias bélicas.
S Á B A D O
Será por los olímpicos que, por fin, se han terminado, pero, de pronto insistimos en que hoy el tiempo corre más que nunca, lo cual de ninguna manera es justo para cualquiera que tenga más de medio siglo encima, y recuerda cada noche, al ir dormir el cansancio del día, que apenas ayer un día le duraba más, pues independientemente de levantarse temprano para correr o ir a cualquier gimnasio, los días no terminaban a diario antes de las dos o tres de la mañana que nos sorprendían chismeando con los amigos o proyectando el baile del sábado o el matiné del domingo, lo que me trae a la memoria aquel tripudio sabatino en el salón Novedades donde a Fernando, otro Fernando, éste era tan fortachón como Atlas o acaso más, se le perdió un anillo con una amatista como una canica, y cundo se dio cuenta se paró al principio de la escalera de salida, contó lo que le había pasado y anunció que de allí nadie saldría si antes no aparecía su costosa joya. Y así fue, después de una hora u hora y media la joya apareció de pronto en un sitio por donde ya todos la habían buscado. En fin, de una manera u otra, el tiempo transcurría.
Y D O M I N G O
Ayúdate a ti mismo, que nadie te ayudará. FÉLIX F. PALAVICINI