L U N E S
Con la computadora me pasa igual que con el automóvil, del que no sé nada, sólo introducir la llave que enciende su motor y lo hace caminar, así a la computadora, la enciendo y comienzo a escribir. Es decir que a la computadora la rebajo a simple máquina de escribir, invención maravillosa que, a mí me parece la mayor de todas, pero que, ya dotada de pantalla, cuando, por equivocación toco una tecla que no tenía para qué, me hace verdaderamente rabiar. Hoy (hoy es lo que será el próximo jueves) por ejemplo, iba a trabajar lo correspondiente a tal día cuando, de pronto, alguna tecla toqué que no debía haber tocado, y ¡cataplum!, todo se vino abajo, se borró todo lo hecho, que por otra parte no acostumbro guardar. Y el problema, el verdadero problema no era ese, sino que ignoro cómo volver a tener, en tales condiciones, una página en blanco. Empecé a llamar a mis nietos, que son quienes me sacan de tales apuros, pero sus teléfonos estaban ocupados. En esas andaba cuando, de pronto, Carlos, el menor de mis hijos, providencialmente me llama desde Saltillo. Me pregunta cómo estoy y se lo digo, y me dice: no te apures, vamos a ver: y entre pícale esto, y qué te sale, repetido varias veces, aquí me tienes nuevamente escribiendo estas líneas que, por supuesto, no son las que ibas a leer el domingo en que las leas, son otras totalmente diferentes, pues el destino de las primeras era que no las leyeras nunca, que quedaran inéditas por siempre jamás, amén.
M A R T E S
Alguna vez, y de ello no hace mucho, dije que si a los caballos se les hiciera justicia, deberían tener monumentos por todas partes. ¿Qué hubiera sido del mundo sin ellos?
Según dice Louis Ferdinand Celine, ?los caballos en la guerra eran más felices que nosotros, los soldados, porque aunque ellos también soportaban la guerra como nosotros, por lo menos no se les obligaba a creer en ella. Desgraciados, pero libres, los caballos?.
El cine les hizo justicia haciéndolos famosos, particularmente en las películas de vaqueros, en las que a veces lucían más que ?el muchacho?.
Pero, de verdad, ¿qué hubiera sido del hombre sin el caballo? ¿Cómo hubiera alcanzado las distancias que alcanzó para conquistar éste y aquel horizonte, dónde estaba lo que necesitaba para seguir civilizándose?
Si se salvó el hombre que no tenía miedo fue porque tenía el caballo y llegó a tener el arco. El puro valor es peligroso. Ocho caballos fueron el principio que hizo posible a Tamujin convertirse en el Emperador de todo los hombres, en Gengis Kan.
Si no hubiese sido por los caballos, a lo mejor los conquistadores no logran sus conquistas americanas o las hubieran pagado con más vidas.
Es el caballo el que hizo posible las mayores ambiciones del hombre y el que, también lo hizo caballero.
M I É R C O L E S
Luis XIV era de baja estatura y usaba tacones muy altos, para aparentar mayor altura. Y así se pusieron de moda los altos tacones llamados ?Luis XIV?. Es posible que alguna vez, tomara un baño caliente.
Los reyes, aun entonces, podían permitirse esos lujos. Pero su aseo diario, generalmente, consistía sólo en un ligero lavado del rostro, que se lo daban pasándose un pañuelo mojado en alcohol. Esto puede sorprender a nuestras ideas actuales sobre higiene, pero no a las de entonces, de hace tres siglos. Parece ser que en el Palacio de Versalles, cuando se inauguró, no había ningún sitio destinado a depositar aquello de lo que el cuerpo se desprende en el cumplimiento de las necesidades naturales. Y el desprendimiento se hacía, como quien dice, sobre la marcha , en vasijas que proporcionaba la servidumbre, y en atención a la etiqueta, detrás de las puertas.
A Luis XIV se le atribuye la frase ?El Estado soy yo?. Hay quien asegura que jamás dijo tal cosa. ¡Cualquiera lo sabe! Y hay quien asegura que la frase se dijo en el Parlamento, una vez que el rey se presentó con el látigo de montar en la mano. Y el cardenal Mazarino, gran mandamás de entonces, le discutió el derecho de faltar de este modo al respeto al alto cuerpo consultivo. Y le dijo que le decía aquello por el bien del Estado, y el rey le soltó aquello de: ?El Estado soy yo?.
J U E V E S
No sé si te habrás fijado o no, pero, la verdad es que si los muertos tienen su día, no sé por qué los vivos no lo tienen. Y no me digas que los días de los vivos son todos , por qué no es igual. Un día es un día, y lo tienes o no. Un día que por ejemplo, lo ponen de rojo en los calendarios, para que se sepa que no es igual que el resto de ellos que están en negro.
Los días puestos en rojo en los calendarios se buscan desde que éstos se dan a conocer, curiosos de saber en qué van a caer, y si con ellos se pueden hacer puentes que prolonguen su disfrute, o no. Así que, ya ves cómo tienen su diferencia. Porque los otros, todos los otros que son tantos van de negro como de pésame, avisando que ¡cuidado con ellos!, que hay que volverlos útiles, que hay que llenarlos de sudor para hacer que el tiempo de morir llegue sin sentir.
Se suponía en su momento que el ?Día del Trabajo? iba a servir precisamente para que fuera festivo y festejarlo, descansando. Pero, nada, había que justificar su nombre. Por eso sigue de negro en el calendario.
V I E R N E S
Dice nuestro señor Presidente que recordemos los que queremos pan, y en este caso particularmente salud y educación, que lo que sea nos cuesta, y está bien, puesto que así ha sido siempre, ya que así ha sido siempre no sólo para obtener bienes terrenos sino hasta el mismo cielo, súmese si no lo que quienes lo han logrado se gastaron antes en cera y esas cosas.
Así que ¿por qué iba a ser diferente en cuanto a la educación? El pueblo mexicano está dispuesto a sacrificar algo más con tal de que sus hijos no dejen de obtener lo que les facilitará en el futuro ganarse la vida. Lo que se le pide al señor Fox es, únicamente, que haga rendir nuestra lana, y que no se la deje arrebatar de las manos por tesoreros deshonestos y esas gentes que, ah, como han abundado en lo que lleva de su sexenio, y que han sido tantos que fuera de México ya empiezan a preguntarse si ésta sigue siendo una república democrática o se ha convertido en un grupo numerosísimo que, dándole la razón al ex López Mateos, cada uno lleva la mano metida en el bolsillo del otro, hasta en la de los pobres, por si acaso.
El señor Fox, curándose en salud, declara que habrá menos recursos para todo, pero ese es el chiste porque de dar lo que se le pide, porque si tuviera a su disposición todos los fondos del mundo, ¿cuál sería? Un gobernante, uno bueno, se distingue de los otros en que sabe conseguir lo que necesita. Y en todo caso, si cuida lo que tiene, que tampoco es poco, se va a sorprender de lo que puede hacer con ello. Lo que pasa es que, por lo que se ha visto los extraños, y hasta algunos propios colaboradores, se lo embuchacan antes de que él vea tanto dinero y, con aire, pues, no; no hay gobernante que sea capaz de hacer obra; eso sólo el Señor, que sólo tenía que decir: ¡Hágase!; pero, a estas horas ya no podemos seguir equivocándonos.
S Á B A D O
Un biógrafo de Antatole France cuenta que el escritor defendía con frecuencia el altruismo. Y una vez que le preguntaron qué entendía exactamente por altruismo, puso dos ejemplos: el de san Macario y el de unos heridos de guerra.
El de san Macario es muy conocido. Iba el santo con sus discípulos, un día muy caluroso. Todos estaban muertos de sed y no tenían agua.
Pasaron por un campo y vieron a un hombre que iba a empezar a comer las uvas de un racimo. Le preguntaron si había una fuente por allí cerca y el hombre les dijo que no. Y al verlos a todos tan sedientos, les ofreció el racimo. San Macario lo tomó y, sin quitarle un grano, lo ofreció al que le pareció más sediento de todos sus discípulos. El discípulo lo ofreció a otro, éste a otro, el otro a otro y así hasta que el último lo devolvió a san Macario y el santo lo devolvió al campesino, con esta extraña justificación: Tú estás solo y nosotros somos muchos.
Y D O M I N G O
Nuestro drama es que hemos accedido a la sociedad burguesa urbana e industrial sólo para preguntarnos si el esfuerzo valió la pena; si el modelo que venimos persiguiendo desde el siglo XIX es el que más nos conviene; si a lo largo del pasado siglo y medio no hemos seguido actuando como entes colonizados, copiando acríticamente los prestigios materiales de la sociedad capitalista; si no hemos sido capaces, en fin, e inventar nuestro propio modelo de desarrollo. CARLOS FUENTES