L U N E S
Mes peligroso si los hay es noviembre. Es que no tiene seriedad, no le hace que anochezca o amanezca frío, a la hora del día que se le antoja se vuelve verano como si nada. Y venga el sudar y el desesperarse y el quitarse el saco, el suéter o la chamarra que se había vestido para protegerse del clima que se anunciaba frío y que ahora, cambiando sin mayor aviso, nos hace sudar.
No sé en qué mes nació este mundo, Si no lo hizo en noviembre, parece como si en él hubiera sido, porque sólo alguien que no hubiera hecho algo así antes pudo hacerlo tan incierto que ni él mismo sabe lo que quiere que sea cada uno de sus días, y por eso todos ellos son a ratos así y a ratos asá.
Lo que pasa es que a él le importa un bledo ser como es, pero el que paga el pato somos nosotros, y ni siquiera los indios que por ahora nos llegan de Chihuahua con lo que traen puesto, y que nos dicen que cuál frío, que todo es caro; ni las jóvenes muchachas que ves por todas partes sonrientes con las piernas y los brazos desnudos como si tal cosa. El que paga todo este desbarajuste del décimo mes del año, digo, somos nosotros, que han dado por llamarnos de la tercera edad y a quienes el tiempo, al parecer, nos ha vuelto más frágiles para beneficio de los farmacéuticos, de los que, de todas maneras, siempre nos acordamos tarde, es decir, cuando ya el resfrío con sus fluideces y toses nos está haciendo pedazos.
M A R T E S
Ahora amanecimos con grandes novedades: Que, desilusionados porque a Bush su cabeza no le da para más y persiste en su misma política, y con su misma guerra, su gente, la moderada, que balanceaba su imagen le está renunciando, Colin Powell, el primero, esto en momentos en que la guerra en Irak vuelve a desatarse y los bombarderos a soltar sus bombas.
Los próximos cuatro años de Bush van a poner a tragar saliva a todo mundo, pues muchos serán los que en ese tiempo van a pasar por la experiencia de tener que contestar con hechos aquello de “con nosotros o contra nosotros”. Y a los norteamericanos no les queda otra que seguir al Jefe, pues el imperio ha dejado de ser una aspiración para convertirse en la cruda realidad que ya es.
La doble moral del gobierno estadounidense, aprendió mucho de los miles de asesinos que encontraron refugio en aquel país después de la segunda guerra mundial, y ahora, por ello son capaces de todo, que si lo eran de todo lo bueno, ahora lo son también de todo lo malo, y ahora precisamente se acaba de ver por la tele a un grupo de soldados norteamericanos entrar en Fallujah a una mezquita donde unos pocos civiles se refugiaban y matarlos a sangre fría sin que sus manos les temblaran, es decir, igual que todos los ejércitos de todos los imperios que en el mundo han sido, de Alejandro para acá. Ya declararán luego que eran enemigos, los enemigos también se fabrican, igual que las armas, cuando son necesarias.
Bush pasará a la historia de su país como su primer emperador.
M I É R C O L E S
Cuentan que, víctima de una dolencia medular, el poeta Enrique Heine, “ruiseñor alemán que hizo nido en la peluca de Voltaire”, pasó en el lecho los últimos ocho años de su existencia. En esta situación escribió su “cancionero”, colección de poesías notabilísimas por su originalidad.
Nunca le faltó el ingenio ni la serenidad. Sabíase condenado a una muerte prematura e irremediable y había obtenido de su médico la promesa de que le advertiría francamente cuando el instante se acercase.
Una noche sorprendió en la mirada del doctor tanta tristeza que le preguntó si ya se iba a morir.
El doctor le dijo que el momento se acercaba. Heine le dio las gracias y agregó: “Mi mujer duerme. No la despierte. Esas flores que compró esta mañana . . . Adoro las flores . . . Póngalas sobre mi pecho . . . Así . . .
¡Gracias, muchas gracias!
Y dulcemente se extinguió la existencia del último poeta del siglo XIX, el más próximo a nosotros, en el sentir de Menéndez y Pelayo, y quizá por eso, agrega, el más amado de muchos. Falleció el 17 de febrero de 1856.
En sus últimos días, su mujer intentaba convencerle para que arreglara sus cuentas con Dios. Y él le decía. No te preocupes, Dios me perdonará.
¿Y si no te perdona?, . . . A lo que él contestaba: Que sí, mujer; es su oficio.
J U E V E S
De vez en cuando el hombre se levanta creyendo en la inmortalidad.
No es que lo pueda demostrar, ni mucho menos. Tal creencia mañanera sólo es consecuencia de que durmió bien y se levanta entero.
De la inmortalidad a mí lo que me preocupa es si habrá en ella el suficiente qué hacer para llenar los días, porque si no, ¿te imaginas?
Los primeros días no serán problema, todo te será desconocido y te llevará lo que aquí llamamos años el irlo conociendo. Pero por vasto que sea aquello día llegará en que no te quedará rincón desconocido. Esto es si te dan tiempo para ello; porque si de inmediato te ponen a hacer algo eternamente, sea lo que sea, ¿te imaginas lo harto que estarás después de los primeros mil años (cuentas terrestres) de estarlo haciendo?
Ahora que, si cada cien años terrestres, te cambian de oficio, la cosa será divertida, aunque día llegará en esa eternidad desconocida, en que la variedad de oficios y trabajos se habrá agotado y tendrás que regresar a lo mismo.
Lo interesante de ella es que tendrás la oportunidad de conocer, con iguales problemas que los tuyos a gente interesante, por ejemplo a Noé, que seguramente te ofrecerá una copa de su vino primitivo mientras te explica cómo pudo acomodar en su arca lo mismo al elefante que a esa especie de hormiga en miniatura que llamamos asquel y puede escribirse así o askel o azquel o como sea, lo mismo que a varios de los césares que en el mundo han sido como Alejandro, Ciro II, Carlomagno, al asoleado Carlos I, Napoleón, el propio Hitler y en fin, gente como ésa, dueña de todo y de nada, igual que tú.
V I E R N E S
De vez en cuando Hollywood filma películas históricas. Hace un par de noches vi una en la tele sobre la vida de César, y en los cines se anuncia otra sobre la de Lutero; pero, la verdad la Meca del Cine se hizo rica filmando películas sobre relaciones amorosas, la mayor parte pasajeras.
La gente va a verlas porque, si bien vive las suyas, no puede verlas y quiere enterarse de cómo, más o menos, es la cosa. Los que hemos vivido más de cincuenta años y, con un poco de suerte a lo mejor los doblamos, nos damos cuenta de que, igual que todas las cosas, el amor cambia.
Amar es cosa que ha preocupado siempre al hombre. El escritor francés Georges Duhamel, académico y toda la cosa se dio tiempo, además de para alcanzar la primera guerra mundial, para decir: “Se amaron sin ninguna palabra. Esto es bello y nuevo. Cuando se recitan las palabras del amor, decepciona su debilidad y su miseria. Son palabras andadas, trasnochadas, estropeadas por todas las bocas que las han pronunciado antes. Sería hermoso no hablar nunca del amor”.
Octavio, que ahora anda metido con Balzac, pronto, al dar vuelta a una página se va a encontrar con esto, que él dijera: “Todas las tonterías estereotipadas para uso de los enamorados, que las usan sin variar en cada caso, parecen siempre encantadoras a las mujeres, y solamente leídas con frialdad pueden parecer pobres de ingenio. El gesto, el acento, la mirada de un joven les dan valores incalculables”.
De las trincheras de la primera guerra Barbusse sacó esta verdad: “Comprender es una palabra viva y la carne de esa palabra es amor.”
S Á B A D O
A mí, la verdad, la guerra como que no. No la entiendo, sencillamente.
Porque eso de mandar a la juventud a dar y quitar vidas, las suyas y las ajenas; y eso de matar indiscriminadamente no sólo a los jóvenes rivales en los campos de batalla, sino, también a mujeres y ancianos y niños que viven en los pueblos, nomás me parece, aparte de increíble, cosa de criminales, que no de patriotas.
Sobre todo, cuando los rivales no son gentes de igual fuerza, que si lo fueran, el suceso sería en cierta forma comprendido. Por ejemplo, en el box, quienes se enfrentan tienen más o menos el mismo peso; y si esto es cuando dos personas se enfrentan una a la otra, ¿por qué en la guerra no se exige que sea uno contra uno y todos con las mismas armas? Es decir, que si desde el principio el resultado de la contienda ya se sabe, ¿a qué matar esos cientos o miles que en tales circunstancias no tienen salvación?
Eso estuvo bien cuando el mundo era bárbaro, pero ahora, cuando más o menos todos estamos hasta aquí de civilización y cultura, como que no, ¿verdad? Pero vaya usted a convencer de eso a Bush.
Y D O M I N G O
El mito mexicano suele serlo todo: imagen, explicación y substancia del mundo. La realidad del mito es la irrealidad del país. CARLOS MONSIVÁIS